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| REVENANT: CAPÍTULO IV | |
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Autor | Mensaje |
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Joana Miembro del "Club Albariño"
Cantidad de envíos : 1884 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 57 Localización : En Belfast... de momento...
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Mayo 25, 2011 11:18 am | |
| Oye, pues sí. Yo para Jordan siempre me imaginaba a Jonathan Rhys Meyer, que es guapo, pero peuede funcionar en ambas direcciones... | |
| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Mayo 25, 2011 11:23 am | |
| ah ese tambièn, también jajaj | |
| | | Chus Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 1613 Fecha de inscripción : 31/08/2009 Edad : 48 Localización : Madrid
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Mar Sep 27, 2011 11:54 am | |
| Joana, ¿has terminado ya el capítulo 4? | |
| | | Joana Miembro del "Club Albariño"
Cantidad de envíos : 1884 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 57 Localización : En Belfast... de momento...
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 11:47 am | |
| SEGUNDA PARTE: LA HORA DEL CREPÚSCULO
CAPÍTULO IV
«Exit light Enter night Take my hand We're off to never never-land»
«Sale la luz Entra la noche Toma mi mano Nos vamos a la tierra de nunca jamás»
[“Enter Sandman” de Metallica][*]
Fuera, sentados sobre el capó del Porsche, Ralph y Loretta también contemplaban el crepúsculo, aunque no lo hacían llenos de terror y malos presentimientos como Mac. Aunque pudiera parecerlo, tampoco les había embargado un súbito arranque de romanticismo. La realidad, como casi siempre, resultaba mucho más prosaica: al final, Loretta se había decantado por un polo de fresa y Ralphie no quería que arruinase el interior de cuero del coche con su incesante goteo. Por experiencia, sabía que las manchas de colorante artificial eran una pesadilla, mucho peores que las de sangre, casi imposibles de limpiar. Así que decidirse entre asumir ese riesgo – ¡de ninguna jodida manera!— o esperar, le había requerido menos de un segundo. De largo la peor decisión de su vida, aunque el muy desgraciado no iba a vivir para lamentarlo. En lugar de ello, confirmando el dicho de que la ignorancia es una bendición, Ralph disfrutaba del momento, ajeno al hecho de que salvar la tapicería iba a costarles muy caro.
Irónicamente, si no hubiera sido por la tragedia que estaba a punto de ocurrir, contemplar el espectáculo que ofrecía el ocaso hasta habría merecido la pena. Porque un atardecer podía ser un simple atardecer en cualquier otra parte del mundo, pero aquí, en Nuevo México, el crepúsculo, más que un fenómeno de la naturaleza, era casi una obra de arte. Y ni siquiera un cretino de la talla de Ralph Franchetti podía permanecer indiferente ante tal despliegue de belleza. Así que, en ese instante, ambos admiraban la escena totalmente absortos, indiferentes a cuanto ocurría a su alrededor. Ralph, con su iphone en la mano, trataba de capturar la colección de púrpuras, naranjas y rosados que se desplegaban ante sus ojos. A su lado, Loretta se limitaba a soltar efusivos “ohs” y “ahs”, como si estuviera disfrutando de un espectáculo de pirotecnia. Tras varios clicks, la cámara del móvil captó el último rayo del sol y, juzgando que la luz no daba para más fotografía, Ralph se guardó el teléfono en un bolsillo. Fue entonces cuando una furgoneta negra y con cristales tintados se detuvo en el arcén de la carretera, justo delante de la estación de servicio.
Como un león al acecho, el motor del vehículo rugió un par de veces, con la resonancia intensa del acelerador que se pisa a fondo, una cierta impaciencia asociada al sonido. Luego, el ruido cesó bruscamente. Pasaron un par de minutos sin que nada ocurriera. El tiempo se había convertido de pronto en minúsculos granos de arena que se escurrían muy lentamente, esperando a que llegase la oscuridad. Finalmente, la puerta del conductor se abrió y del interior del vehículo salió una densa nube de humo de tabaco que, poco a poco, se disolvió en la brisa nocturna. Casi a continuación, aparecieron un par de botas que se posaron en el asfalto caliente y blando sin apenas hacer ruido. Las botas, sólidas y contundentes Doc Martens de punteras reforzadas, eran botas hechas para patear, exactamente como el tipo que las llevaba, un individuo rapado e imponente que poseía toda la corpulencia de un toro de rodeo.
Por la pinta, el hombre parecía un Skin Head, un superviviente de la primera hornada a juzgar por su edad y por su aspecto curtido, y tan malcarado que personificaría a la perfección la peor pesadilla de cualquier inocente ancianita. De su rostro, lo más agradable era que la mayor parte de él estaba oculta tras unas gafas de espejo de estilo aviador. Eso sí, la parte que permanecía a la vista era de una fealdad absoluta. En cuanto a indumentaria, vestía pantalón militar y chaqueta Bomber, los dos de color oscuro, aunque al abrirse la cremallera dejó entrever una camiseta estampada con la cara de un T-800 en endoesqueleto. Como si eso fuera una indicación para dar la entrada, en la radio comenzó a oírse “You Could Be Mine” de los “Guns and Roses”[*]. Ralph y Loretta no parecieron captar la sutil ironía ni tampoco prestaron atención al recién llegado, a pesar de que la combinación de ambos resultaba ciertamente sobrecogedora. Uno y otra estaban demasiado ocupados con lo que hacían, Ralphie inspeccionando la colección de postales que acababa de adquirir y Loretta con su polo, chupando y relamiendo minuciosamente. La mole humana, en cambio, no les quitaba los ojos de encima. Si hubieran advertido la forma en que los miraba, se les hubiera congelado la sangre en las venas pese al calor. En cambio, completamente ignorantes, disfrutaban de los últimos minutos de su vida.
Sin dejar de observarles, el tiparraco se detuvo junto al lateral de la furgoneta y, tras comprobar que no había peligro evidente, golpeó el techo con la palma de la mano. Ralph y Loretta, momentáneamente intrigados, levantaron la vista justo a tiempo para ver como se abría la puerta corredera. Del interior volvió a salir humo, supuestamente de tabaco, aunque bien parecía que algo ardía allí dentro. Luego, en rápida sucesión, emergieron un sacerdote (al menos llevaba sotana), un individuo con sombrero de cowboy, cara de comadreja y camisa de leñador a cuadros y, por último, un joven rubio muy delgado, con el rostro cubierto de granos y vestido al estilo Glam Rock, botas plateadas y con tacón de plataforma incluidas.
Ralph y Loretta se miraron un instante, luchando por reprimir la risa, pero enseguida volvieron cada uno a lo suyo. El grupo podía parecer variopinto, incluso extravagante, pero a su juicio totalmente inofensivo. De nuevo un craso error, aunque ya no iba a venirles de ahí. La verdad es que estaban sentenciados desde el principio, desde el mismo momento en que el sol se había ocultado y ellos habían decidido quedarse en los alrededores de la gasolinera. No era nada personal. Simplemente se trataba de un caso típico de lugar equivocado en el momento equivocado. Ser algo más curiosos tampoco les habría salvado la vida, pero al menos les habría permitido descubrir el orden social que imperaba entre los recién llegados. Era evidente que arriba de todo se encontraba el supuesto sacerdote, un hombre alto a quien la sotana, negra y larga hasta los tobillos, confería un aire siniestro. Religioso o no, lo cierto es que resultaba mucho más fácil imaginarlo enarbolando una guadaña que soltando un sermón subido a un púlpito. Los demás, que parecían gravitar a su alrededor, le rodeaban en silencio, expectantes, aunque fuera cual fuera la autoridad que ejercía sobre ellos no era un vínculo infalible: sus cabezas gachas mostraban respeto, pero no sumisión. Si le seguían, era obvio que no lo hacían como a un líder que ha de ser reverenciado.
Parsimoniosamente, el sacerdote se quitó las gafas de montura redonda y procedió a limpiarlas con la falda de su sotana, algo raída en los bajos, el color negro desvaído por el paso del tiempo. Los otros se limitaron a observarle. El rutinario gesto, ejecutado con exasperante meticulosidad, se alargó durante un eterno minuto o dos. Una vez concluido, el religioso volvió a ponerse las gafas y sonrió. Su sonrisa no era una destinada a transmitir paz a su pequeña congregación, sino todo lo contrario. Sin dejar de sonreír, levantó el rostro hacia el horizonte y, con cierto aire beatífico, declaró:
—El sol sale y se pone, y se dirige afanosamente hacia el lugar de donde saldrá otra vez. Eclesiastés, capitulo uno, versículo 1:5.
—Si en realidad la luz que hay en ti es oscuridad, ¡cuán grande es esa oscuridad! –añadió el rapado.
El sacerdote le observó valorativamente.
—Mateo 6:23. Muy acertado, Jimbo.
Con disimulo, los otros dos intercambiaron una mirada llena de significado. El de la camisa a cuadros se introdujo dos dedos en la boca y pretendió vomitar. El rubio, que se estaba aplicando lipgloss en los labios, puso los ojos en blanco y, con exagerada gesticulación, deletreo claramente “pelota” pero sin producir ningún sonido.
—Y bien, mi rebaño, ¿estáis preparados? Creo que el tiempo de odiar y hacer la guerra por fin ha llegado. —proclamó el sacerdote, interrumpiendo el proceso de comunicación no verbal que tenía lugar a sus espaldas.
El rubio, súbitamente muy excitado, dio un meneo de cabeza para apartarse el flequillo de la frente y luego soltó, tratando de sonar tan transcendental como el cura:
—Raven está aquí. Puedo sentir su presencia.
—Pues yo lo único que siento es hambre –informó el de la camisa a cuadros—. ¿No podríamos comer algo antes de empezar con el asunto?
El rubio puso los ojos en blanco y chasqueó la lengua en un gesto de fastidio.
—¡Joder! ¿Es que sólo piensas en comer? –le reprochó, mientras que, con coquetería, se recolocaba las chorreras de su camisa blanca de satén, muy arrugada tras la larga travesía en furgoneta.
El otro se encogió de hombros.
—La mayor parte del tiempo, lo reconozco –admitió, palmeándose el estómago—, pero es que no todos tenemos la desgracia de ser unos adictos a la moda y a la delgadez como lo eres tú. Eso sí, que me aspen si entiendo por que tratas de emular a una araña psicodélica. Cuando vivía en El Paso conocía a un tipo con un serio problema de alcoholismo que, cuando se pillaba el delirium tremens, veía cosas parecidas a ti subiéndose por las paredes.
—Ja, ja, muy gracioso —añadió el rubio, clavándole una mirada asesina.
—No, si no trataba de hacer un chiste. Sólo es la jodida verdad. Porque mira que hay que ser chalado para pasarse toda la eternidad esclavizado a una estúpida dieta. Joder, Morris, si lo que querías era acabar como un maldito esqueleto, habría sido mucho más fácil si te hubieras decidido por la estaca.
—¡Te he dicho un millón de veces que mi nombre es Maurice! –gritó, con fingido acento francés.
—Vale, no te cabrees. Esta vez pienso recordarlo… Morris.
Aunque al principio trataron de reprimirla, a Jimbo y al de la camisa a cuadros pronto se les escapó la risa a borbotones, tanta que casi se ahogaban en ella. Morris Maurice entornó los parpados y les lanzó un destello de rabia, certero y afilado, con el que pretendía fulminarles.
—¡Qué os den a los dos! –espetó, mostrándoles el dedo corazón de su mano derecha.
Jimbo se detuvo en mitad de una risotada y se disponía a responder con el mismo gesto cuando el de la camisa a cuadros le detuvo.
—Quita, quita, yo de ti no lo haría, colega. Igual el pavo se lo toma como una invitación personal.
El rostro de Jimbo, feo pero por lo demás increíblemente expresivo, mostró un momentáneo desconcierto. Luego, con la misma elocuencia, reflejó una progresiva iluminación a medida que el entendimiento se abría paso en su cerebro. Las carcajadas se reiniciaron de golpe, acompañadas de un efusivo y recíproco palmoteo de espaldas. Morris, sintiéndose impotente y cada vez más cabreado, pateó el suelo con furia.
—¡Qué os jodan! –gritó, repitiendo el gesto manual que ya les había mostrado antes.
—Sí, pero no tú, ricura —puntualizó el de la camisa a cuadros, dándole un codazo de complicidad al rapado mientras se enjugaba las lágrimas provocadas por la risa.
Morris Maurice, con los brazos extendidos a lo largo de sus costados, los puños apretados como piñas, abrió la boca y dejó escapar un grito que, sorprendentemente, sonó como una mezcla entre un contumaz hipido y el chillido agudo de una rata a la que alguien acaba de pisar.
—¡Ahhhhhh!¡ Os odio! ¡Os odio! ¡Os odio! –bramó, al tiempo que se daba media vuelta y comenzaba a alejarse a toda prisa, dando tumbos por culpa de los tacones. Las atronadoras risas de los otros dos siguieron sus pasos, y sólo comenzaron a remitir cuando el pobre infortunado desapareció por completo, perdiéndose en la parte trasera del motel.
Ralph, que aún seguía recostado contra el capó de su coche, contemplaba la escena boquiabierto. Y eso que, para alguien como él, nacido y criado en Los Ángeles y que en lo relativo a depravación y rarezas creía haberlo visto todo, el asombro no era una sensación que experimentara a menudo. De hecho, hasta se enorgullecía de ello. Sin embargo, ahora tuvo que reconocer que el insólito episodio le había dejado pasmado.
—Y ahí va el Oscar a la mejor comedia –comentó, sarcástico, y Loretta le recompensó con una de sus infantiles risitas. Al oír el efervescente sonido, los recién llegados se volvieron hacia ellos.
—¡Por el amor de Dios, mi rebaño, que haya paz! –pidió entonces el sacerdote aunque, por el brillo malicioso de sus ojos, promulgar la paz probablemente fuera lo último que tuviera en mente— ¿Qué pensarán de nosotros estos dos buenos feligreses si no desistís de comportaros como chiquillos? Vamos, Jimbo, Bonehead, creo que ambos deberíais disculparos….
Dando muestras de repentina contrición, el llamado Bonehead se quitó el sombrero y, muy educadamente, avanzó un par de pasos hacia donde estaban Ralph y Loretta
—Señora, señor —les interpeló—, perdonen el muy lamentable espectáculo. Pero es que cuando las hormonas de Morris están revolucionadas, pone a todo el mundo de los nervios.
—¿Y a mí qué carajo me importa? –gruñó Ralph, que, a parte de ser un energúmeno, tampoco podía citar la cortesía como uno de sus puntos fuertes— Menos mal que ya nos íbamos…
Bonehead alzó una ceja en un gesto interrogante.
—Vaya. ¿Tan pronto? Espero que no sea por culpa nuestra…
Ralph soltó un desdeñoso bufido, un gesto tan típico en él que ya constituía una segunda naturaleza.
—Bueno, hay que admitir que, ya de por sí, este lugar de mala muerte no saldría muy bien parado en la guía Michelin, pero, personalmente, puedo asegurar que vuestra llegada no ha… ¿Umm, cómo decirlo? Contribuido a mejorar las evidentes deficiencias del paisaje.
Confundido, Bonehead se rascó la parte superior de la cabeza antes de volver a encasquetarse el sombrero.
—Mire, mister, yo soy un hombre simple y mi dominio del idioma es bastante limitado. Así que tendré que preguntárselo directamente: ¿era eso un insulto?
El bufido que siguió a continuación sonó como una risilla estrangulada.
—¡Menudo idiota! Pero claro, con un cerebro lleno de agujeros es imposible pillar la ironía fina…
—Vale, lo segundo no lo he entendido, pero primero me ha llamado idiota — argumentó Bonehead, apuntándole con el dedo índice, acusador.
—¡Bingo! Ya veo que su coeficiente intelectual llega al nivel de primate. Ahora vaya a unirse a MENSA y déjeme en paz.
Bonehead se cruzó de brazos, impasible, hasta que Jimbo le susurró al oído:
—Creo que primate significa mono…
Eso, realmente fue la gota que colmó el vaso.
—Oiga, ¿por qué tiene que ser tan grosero? –preguntó Bonehead, aproximándose al Porsche muy lentamente.
Ralph se puso la mano en el mentón y fingió pensar durante un segundo.
—Umm, no sé. ¿Qué le parece: porque me da la gana? –respondió, con mordacidad.
Sin decir palabra, como una marea silenciosa, Jimbo también se había acercado a la pareja hasta quedar tan sólo a un par de metros de ellos. En un movimiento lento y algo amenazador, se quitó las gafas y procedió a guardarlas en un bolsillo de su Bomber. Al hacerlo, la cazadora se entreabrió dejando a la vista el machete que llevaba a la cintura. Loretta reprimió un escalofrío y se arrimó un poco más a Ralph. Comenzaba a estar asustada.
—Ralphie… cariño… creo que será mejor que nos vayamos…
Ralph habló con la audacia que le procuraban su propio egocentrismo y el saber que tenía su infalible revolver Smith & Wesson Magnum guardado en la guantera del coche.
—¿Ve lo qué ha hecho, amorfa y gorda bola de billar? Ha asustado a mi novia. Y eso no me gusta. Además, está invadiendo mi espacio personal, y eso aún me gusta menos…
Loretta tironeó de su brazo, tratando de hacerlo retroceder hacia el coche.
—Ralphie…—lloriqueó— Por favor…
En su mano, relegado al olvido, el polo se derretía por el calor, dejando un reguero de líquido rojo brillante que chorreaba entre sus dedos. Jimbo miró el polo y luego sonrió a Loretta, aunque habría sido mejor que no lo hiciera. El gesto dejó al descubierto dos hileras de dientes afilados hasta acabar en puntas, al estilo de algunas tribus de África. Loretta se estremeció al verlos.
—Ese polo parece rico –dijo—. ¿Te importa si le doy una chupadita?
Y acto seguido se llevó dos dedos en forma de uve a los lados de la boca, mientras sacaba y meneaba la lengua en el signo universal de cunnilingus. Ralph le miró con frialdad e hizo crujir sus nudillos.
—Sabes, hijo de puta, tienes suerte de que tu amigo sea cura, porque cuando acabe contigo te juro que vas a necesitar la extremaunción…
La voz que habló entonces sonó directamente a sus espaldas.
—Puede que Jimbo no sea ningún lumbreras y, ciertamente, sus modales dejan mucho que desear. Pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. ¿O acaso no le enseñaron en su iglesia que compartir es un gesto de buen cristiano?
Sorprendida, Loretta se dio la vuelta a medias y, de refilón, vio el rostro del sacerdote que se inclinaba hacia ella en un movimiento muy rápido. A pesar de su pronta reacción, apenas alcanzó a distinguir un par de opacos ojos grises rodeados de un halo rojo y una boca que se abría mostrando colmillos increíblemente largos. La sorpresa y el terror la paralizaron, así que ni siquiera gritó cuando el hombre la mordió en el cuello, desgarrándole la carne. En el proceso, un chorro de sangre brotó de su garganta y alcanzó a Jimbo en pleno rostro. Mas que enojarlo, aquello pareció excitarlo enfermizamente, provocándole una especie de delirio. Como un ser endemoniado, echó la cabeza hacia atrás y profirió un aullido que poco tenía de humano. Luego la agarró del brazo, el mismo que aún sostenía el polo, y clavó los dientes en su muñeca. Cuando Ralph por fin reaccionó, lo hizo sin moral para muchas florituras.
—¿Pero qué cojones? –prorrumpió, tajante y preciso.
Bonehead le agarró entonces por las solapas de la chaqueta, inmovilizándolo con una fuerza inusual en un hombre de su talla.
—Joder, ¿por qué será que siempre me tocan a mi los tíos feos? –se preguntó, retóricamente, antes de hundir sus colmillos en el cuello de Ralph.
Desde la ventana de la habitación número once, ojos y boca muy abiertos, Mac contemplaba la escena sin dar crédito a lo que estaba viendo. Ante la súbita visión de la sangre, violenta, casi ultrajante, corrió los visillos de un brusco tirón, como si de esa manera pudiera borrar la imagen grabada en su retina. Aun así, fue incapaz de alejarse de la ventana, inmovilizada por una curiosidad morbosa. Muy a su pesar, descubrió que las cortinas no eran suficientes para velar lo que ocurría fuera y, con esfuerzo, tuvo que reprimir un repentino ataque de nausea.
—Dios, ¿ha visto eso? –preguntó a Erik sin volverse, tratando de que su voz no temblara— Los tipos esos de la furgoneta, los que acababan de llegar, han atacado al idiota ese de Los Ángeles y a su novia. Les han dado de mordiscos y creo… creo que les están chupando la sangre…
—¡Apártate de la ventana! –le gritó Raven.
—Pero ¿no lo ha visto? Mire, han llegado unos tíos raros, venían en una furgone…—se giró mientras explicaba la historia para encontrarse cara a cara con Erik blandiendo una escopeta de cañón recortado – …tahhhh, ¡ayyyyy Virgen Santa! –exclamó, a punto de desmayarse por la impresión.
Erik estaba justo frente a ella, tan cerca que Mac podía ver con detalle el interior del cañón, su ominosa oscuridad atrayéndola como un pozo sin fondo. Dio un paso atrás inconscientemente mientras que él, con un rápido y profesional movimiento que sólo requirió el uso de un brazo, deslizó el guardamanos de adelante atrás, introduciendo un nuevo cartucho en la recámara. El seco chasquido le cortó la respiración.
—Ven conmigo si quieres vivir –dijo Raven.
Mac ladeó la cabeza y enarcó una ceja, confundida.
—¿Dónde he oído yo eso antes?
Ignorando su pregunta, Erik le tendió una Beretta 96 semi-automática.
—Toma esto. La vas a necesitar.
Mac agitó las manos delante de ella, negándose a coger el arma.
—¡Woa! ¿Es eso una pistola de verdad? Mire, no quiero hacerle un feo, pero es que ni siquiera se usarla.
Frunciendo el ceño, Raven le agarró de la muñeca y le puso el arma en la palma de la mano.
—Pues yo de ti aprendería. Y rápido –algo en su mirada le dijo a Mac que no estaba bromeando.
La situación era completamente irracional. Si no hubiera sido por el peso de la pistola, por su tacto frío e innegable, Mac hubiese creído que aún estaba dormida y en mitad de un horrible sueño. Y lo que era peor, descartar que estuviera atrapada dentro de una pesadilla o delirando en las brumas de una alucinación sólo le dejaba un par de posibilidades y ninguna de ellas demasiado grata. La primera era que hubiese perdido la chaveta. La segunda que tal vez alguien, sin su consentimiento, estuviera usándola para filmar una de esas Snuff Movies, una película que, a estas alturas, presentía que iba a estar cargada de violencia. Por nada del mundo habría querido ser espectadora de una película así, mucho menos acabar de protagonista principal, como parecía ser el caso.
Asustada, su primera reacción fue gritar y salir corriendo, pero luego recuperó un poco la cordura, lo suficiente para pensar que, con toda seguridad, el señor Ravenheart estaba tan loco como los tipos de ahí fuera. Y, muy probablemente, también resultara igual de peligroso. Lo peor de todo era que, gracias al millón de películas de terror que había visto, la joven podía imaginar al dedillo todas y cada una de las modalidades que usarían para eliminarlos cuando dieran rienda suelta a esa locura. Aquello casi la hizo rendirse al pánico, pero respiró profundamente para serenarse, tratando de recuperar el control. Si quería sobrevivir a esto, pensó, lo mejor era mantener la calma y seguirle la corriente. Porque en caso contrario, presentía que el haría frente a cualquier tipo de oposición descerrajándole un tiro sin vacilar siquiera.
—Tenemos que salir de aquí –anunció Erik, recogiendo sus alforjas. Antes de que asegurara la solapa con las hebillas, Mac pudo entrever en su interior una surtida colección de armas, tanto de fuego como blancas e incluyendo una buena cantidad de artefactos explosivos, que hubiera sido suficiente para satisfacer al más denostado defensor de la segunda enmienda.
Sudando e intentando reprimir el incesante temblor de su mano, Mac trató de acostumbrarse al peso del arma mientras que, a falta de un entrenamiento mejor, imaginaba mentalmente su uso. No sabía si eso sería suficiente para salvarle la vida, pero iba a descubrirlo muy pronto.
—Detrás de usted –dijo, haciendo acopio de valor.
Él asintió y, cargado con la escopeta y las alforjas, se dirigió hacia la puerta. Cuando le daba la espalda, Mac levantó el brazo y le encañonó con el arma, visualizando una diana imaginaria en el punto entre sus omoplatos. Era ahora o nunca, se dijo a sí misma, mientras su dedo índice se deslizaba sobre el gatillo. Hizo algo de presión, pero vaciló un instante antes de disparar. ¿Sería mejor eliminarle ahora y empezar a gritar de inmediato pidiendo ayuda o, por el contrario, acabaría eso siendo un desastre al atraer solamente la atención de los tipos de ahí fuera? Además, caviló, si disparaba ahora se quedaría sin saber de que iba la historia. Y ella era un minino al que la curiosidad ya había robado de varias vidas. Como dudó durante demasiado tiempo, Raven finalmente se volvió, contrariado y, haciendo caso omiso del arma que le apuntaba, la agarró bruscamente por el brazo.
—¡Vamos! –le ordenó, tirando con fuerza de ella.
Mac supuso que eso eliminaba de momento la primera opción y, necesariamente, tuvo que decantarse por lo de indagar en la historia, aunque ahora que lo pensaba bien, la verdad es que no quería hacerlo en absoluto. Aunque, siendo sinceros, lo de liarse a tiros con Raven era algo que le apetecía incluso menos. Así que, con Erik por delante, los dos salieron fuera, atravesaron el pasillo y bajaron corriendo las escaleras. Al llegar al último peldaño, él se detuvo abruptamente. Mac, que no pudo anticipar la frenada, se estampó de morros contra la amplia espalda masculina.
—Pero mira a quién tenemos aquí, si no es otro que Erik Ravenheart, héroe de incontables sagas y, en su tiempo libre, azote incansable de espectros —dijo una voz frente a ellos.
Mac se inclinó hacia un lado, hasta que la ancha espalda de Erik dejó de ocultarle a su interlocutor. Delante de ellos, pudo ver al rubio de la camisa de volantes que, con sus escuálidas piernas separadas y embutidas en un ajustado pitillo de licra negra, les cortaba obstinadamente el paso.
—Morris –dijo Erik, sin sorpresa. —No, no, mi querido Erik, tu puedes llamarme Maurice –le corrigió el rubio relamiéndose los labios, gruesos y muy brillantes gracias a la generosa capa de lipgloss—. Después de todo, eres casi de la familia, aunque parece que eso te importa bien poco. Si no te hubiera pillado, estoy seguro de que te marchas sin tan siquiera saludar, con todo el tiempo que llevamos sin vernos.
—La verdad es que este es un mal momento, Morris. Ahora mismo tengo algo de prisa y no creo que esta conversación vaya a llevarnos a ninguna parte –dijo Raven, poniendo especial entonación en el nombre.
Morris Maurice torció el gesto, ofendido y fastidiado no sólo por el mal uso de su nombre, sino también porque acaba de descubrir a Mac, oculta detrás de Erik.
—Ya veo –entrecerró los ojos enfermo de celos y luego, a pleno pulmón, gritó—. ¡Tíos, eh, tíos, dejad lo que estáis haciendo y venid aquí ahora mismo!
—Eso no ha estado muy bien, Morris. Creí que preferías mantener esta conversación en un ámbito privado.
—No me hagas reír, Raven. ¿Desde cuando un menage a trois es algo privado? Entrégame a la chica y luego hablamos…
—Ya sabes que no puedo hacerlo. Es una cuestión de principios. ¿Vas a gritar?
—¡Por supuesto que sí!
—Me lo temía –dijo Erik y, sin más aviso, levantó la escopeta y le disparó a bocajarro.
El estruendo de la detonación, junto a su oreja, hizo que los oídos de Mac zumbaran. Sobresaltada, la joven cerró los ojos de forma involuntaria. Un segundo después, cuando volvió a abrir los párpados, el tal Morris yacía en el suelo, la parte delantera de su camisa cubierta de sangre. El escopetazo le había alcanzado en pleno pecho.
—Pero… pero ¿qué ha hecho? ¡Acaba de disparar a un hombre desarmado! –su voz sonó chirriante. Un empujoncito final y caería de lleno en la histeria— ¡Ha matado a un inocente!
—No está muerto —se limitó a constatar Erik, con tal desafecto que aún la alteró más.
—¡Y lo dice así, con toda la sangre fría! –se pasó una mano entre los cabellos, tratando de calmarse, aunque lo que en realidad necesitaba ahora mismo era una dosis masiva de Valium—. ¡Por Dios, no se quede ahí parado, tenemos que ayudarle!
Raudo, él volvió a sujetarla por el brazo, impidiéndole que se acercara al herido.
—¡Ni se te ocurra!
—¡Ohhhhh, pero qué tío más insensible! Y pensar que llegué a sentir pena por usted —Mac decidió que ya había tenido suficiente—. ¡Suélteme! ¡Suélteme ahora mismo!
Revolviéndose contra él, la joven se debatió con furia, intentando liberarse de la tenaza que la apresaba. A pesar de todos sus esfuerzos, el forcejeo no pareció hacer mella en Erik, que simplemente se limitó a mantenerla a una prudencial distancia, fuera del alcance de sus puños y patadas.
—Escucha… no lo entiendes…
—Ah, pero lo entiendo muy bien, asesino. ¡¡SUÉLTEME!!
Mac reanudó el ataque, sacando fuerzas de su indignación, pero con habilidad felina Erik se las arregló para rodearla con ambos brazos, inmovilizándola, como si fuera una camisa de fuerza humana, toda músculo e increíblemente perturbadora y contra la que era imposible luchar.
—Por favor, no grites… —le susurró en el oído.
Aquello, muy inoportunamente, le recordó a Mac su sueño erótico. Entonces él también la había abrazado y le había susurrado, aunque no como lo hacía ahora. Lo recordó desnudo y se maldijo por sentir una punzada de deseo, si bien muy breve. Recordó que él le había gritado, que la había coaccionado, y la impresión de verlo ante ella, empuñando una escopeta. Recordó entonces que también ella tenía un arma. —¡¡LE HE DICHO QUE ME SUELTE!! El disparo, por suerte, no alcanzó a ninguno de los dos, aunque Mac pudo sentir la lluvia de gravilla que le salpicaba las piernas y supo lo cerca que había estado de perder un pie. Erik la soltó de inmediato, alzando los brazos en un gesto que, más que indicar rendición, estaba concebido para infundir calma. Normalmente, dedos nerviosos y gatillos no garantizaban un final feliz.
—Ey, tranquila…
—¡Tranquila y una mierda! –gritó, encañonándole con la pistola, aunque temblaba tanto que ni sujetándola con ambas manos era capaz de apuntar con precisión.
—Vamos, baja el arma. Se que no vas a dispararme –dijo Erik acercándose un poco, precavidamente, sin apartar sus ojos de los de ella.
—De un paso más y le sacaré de dudas –Erik dio un paso y otro más, y Mac tuvo que retroceder para mantener la distancia—. Oiga, ¿es que está sordo? Le juro que voy a disparar…
Mac ponderaba si cumplir su amenaza o no cuando se abrió la puerta del motel. En el vano, apareció Doña Victoria.
—¿Pero qué demonios esta pasando aquí? –preguntó.
—Abuela, rápido, llama a la policía. Se ha cometido un crimen… bueno dos, en realidad…
—¿Un crimen?
—Sí, claro, fíjate en el muerto –Mac hizo un gesto con la cabeza, indicando el lugar donde había caído el rubio.
—Yo no veo ningún muerto. —Jolines, abuela, el muerto que está tirado ahí –sin pensar lo que hacia se dio media vuelta, señalando ostensiblemente con la pistola. Ante ella vio que Morris seguía en el mismo sitio, pero ya no estaba tirado. De hecho, tampoco estaba muerto, a menos que los muertos pudieran permanecer de pie.
—Raven, eres un auténtico capullo. Mira como me has dejado la camisa –se limitó a decir.
Mac boqueó un par de veces, como un pez fuera del agua. Atónita como estaba, el único pensamiento racional que se le ocurrió fue que Raven había fallado el tiro. Sin embargo, no había ninguna explicación racional para el hecho de que, por el boquete del pecho, pudiera ver el corazón de Morris palpitando.
—No es posible…—balbució, paralizada por la impresión.
Erik, por suerte, reaccionó con mucha más celeridad y violencia. En lo que dura un parpadeo, cubrió con su mano la mano de Mac y la obligó a apretar el gatillo, una, dos, tres veces, hasta descargar las once balas del cargador. Todos los disparos alcanzaron a Morris, pero esta vez no le hicieron caer.
—¡Arggggggg —gritó, cabreado—, era una camisa Gucci y me costo una pasta!
Tal era su furia que Mac pudo sentirla emanando de su cuerpo, poderosa como un seísmo, a pesar de la distancia que los separaba. Luego, Morris comenzó a cambiar. Al principio, Mac pensó que el shock debía haber afectado a sus sentidos y que la vista la engañaba. Era preferible creer eso antes que aceptar lo que, en ese momento, sucedía frente a sus ojos. Desde donde se encontraba, vio que el cuerpo de Morris comenzaba a desdibujarse, ondulando como olas de calor sobre el asfalto. Su piel se volvió más oscura, sus extremidades se estiraron y su sonrisa se convirtió, literalmente, en una de esas que van de oreja a oreja. Una espantosa y enorme sonrisa llena de dientes afilados.
A pesar del miedo y del asco, fue incapaz de despegar los ojos de él y de la truculenta transformación que estaba experimentando, como si ejerciera algún tipo de magnetismo sobre ella. Había oído a alguien decir que lo mismo ocurría con los cocodrilos, pero no sabía si era cierto. De pronto, Erik recargó su escopeta y el estallido del disparo rompió el hechizo, sacándola de sus cavilaciones. Aunque parecía que había pasado una eternidad, sólo habían transcurrido unos segundos desde la última detonación. Ahora, Erik realizó varios disparos seguidos, mientras les gritaba:
—¡Adentro! ¡Vamos!
Ni Mac ni su abuela cuestionaron la orden, no sólo porque el tono de Raven era de los que no admiten réplica, también porque algo, probablemente el instinto de supervivencia, les decía que perder el tiempo rechistando podía ser pernicioso para la salud. Así que entraron en el motel sin ni siquiera mirar atrás, aunque Erik las seguía de cerca, disparando sin descanso, cubriéndoles la espalda. Una vez dentro, tras cerrar la puerta y en la relativa seguridad que ofrecía el interior del motel, toda la tensión del momento estalló de golpe, en una andanada de preguntas exaltada e imparable. —¿Quién es usted y quién es el tipo ese de ahí fuera? –exigió saber Doña Victoria.
Mac fue mucho más precisa.
—¿Cómo pudo sobrevivir a semejante tanda de disparos? –Erik abrió la boca para decir algo, pero la joven le atajó antes de que pudiera hacerlo— Y no me diga que erró el tiro o que llevaba un chaleco antibalas. Porque yo lo vi. Lo vi con mis propios ojos. Su corazón… palpitando. Debía estar muerto, pero su corazón palpitaba. ¡Imposible! Imposible del tod…
Erik le cubrió la boca con su mano.
—Por favor, calla y no nos hagas perder el tiempo. Lo único que quería decir es que mejor dejar las preguntas para más tarde, porque ahora deberíamos reforzar la puerta. Supongo que lo entiendes.
Mac asintió con la cabeza y Erik retiró la mano. Al momento se reiniciaron las preguntas.
—Pero usted le conoce, ¿verdad? ¡Le llamó por su nombre! ¿Qué relación tiene con él? ¿Acaso forma parte de la banda?
En un gesto rápido e inesperado, la mano de Erik voló y describió un arco, hasta que su dedo índice cayó sobre los labios femeninos como un hachazo. Mac guardó silencio de inmediato.
—No, no lo entiendes –dijo él, acentuando cada palabra—. No lo entiendes en absoluto, pero voy a explicártelo de manera muy simple: preguntas ahora y no habrá un “más tarde”. ¿Te ha quedado lo suficientemente claro?
Mac tragó saliva.
—Sí –respondió, casi sin voz.
—Bien. ¿Vas a ayudarme entonces con la puerta?
La joven volvió a asentir.
—¿Sin preguntas?
El breve titubeo tan sólo le ganó que él renovara la presión del dedo sobre sus labios.
—¡Ayyyy, sí, sin preguntas!
—Estupendo. Me alegro de que hayamos llegado a un acuerdo. Y ahora, échame una mano con esto –señaló el pesado mostrador de recepción con una sacudida de su cabeza.
Restregándose la boca con el reverso de la mano, fulminándole con la mirada, Mac declaró:
—No quiero sonar pesimista pero dudo mucho de que, entre los dos, podamos mover el armatoste más de un palmo…
Él entrecerró los ojos y estudió el mostrador con atención, sopesándolo.
—Tienes toda la razón –admitió, mientras agarraba el mueble tentativamente—. Eres una pesimista. Y ahora, si no te importa, será mejor que te apartes a un lado. Usted también señora, no me gustaría lastimarla…
Mac se cruzó de brazos mientras se retiraba, expresando todo su escepticismo en un bufido.
—Si cree que va a ser capaz de… —empezó a sermonear en el mismo instante que Erik inspiraba profundamente, fruncía la frente y comenzaba a empujar. Vio que su espalda se arqueaba, los músculos de sus brazos se abultaban y sus piernas, de pronto, se convertían en dos poderosas palancas. El mostrador crujió un par de veces, sin querer ceder, pero luego, tras una fuerte sacudida, inició un lento pero inexorable avance. La visión, algo increíble, apagó la voz de Mac, dejándola muda de repente. En silencio, boquiabierta, observó como el mueble se deslizaba por el suelo con la misma facilidad que un bloque de hielo sobre linóleo. Sólo el sudor que empapaba la camiseta de Erik delataba su esfuerzo. Al llegar a la altura de la puerta, introdujo los dedos de ambas manos en la parte de abajo y, ante la mirada atónita de las dos mujeres, puso el mueble en posición vertical. Cuando terminó de colocar la barricada, se volvió hacia ellas, sacudiéndose el polvo de las manos, una sonrisa petulante bailando en su rostro.
—Por favor, no diga nada –pidió Mac, levantando las manos y mostrando las palmas, un gesto que tenía mucho de defensivo—. Ya me siento lo suficientemente ridícula sin necesidad de sus comentarios, gracias.
—No pensaba hacer ningún comentario. Sólo quería alguna sugerencia sobre que usar como cuña, para reforzar la defensa –miró a su alrededor hasta que sus ojos se detuvieron en el alto reloj de carillón—. Me parece que eso servirá.
Antes de que Mac o Doña Victoria pudieran adivinar sus intenciones, Erik agarró el reloj con ambas manos, tiró de él hasta arrancarlo de cuajo de los tornillos que lo sujetaban a la pared y, tras arrastrarlo hacia la salida, lo dejó caer en ángulo entre el mostrador y el suelo, de manera que formara una cuña. Para asegurarse que cumpliría su función, lo pateó con fuerza un par de veces, hasta que quedó completamente encajado. El pobre reloj emitió un descompasado y mustio “clong” que marcó la última de sus horas. Demasiado tarde para evitar el estropicio, Doña Victoria cerró los ojos y, tambaleándose, se llevó la mano al pecho.
—El reloj… era una antigüedad del siglo XIX, los mismísimos antepasados de Hubert lo trajeron a América desde Alemania.
Erik se volvió para inspeccionar el reloj con mayor detenimiento, manoseándose la barbilla mientras cavilaba. Tras reflexionar unos segundos se encogió de hombros y declaró:
—No se preocupe, señora. Aunque es viejo, parece resistente. Yo creo que aguantará.
La abuela se envaró y, con los ojos aún cerrados, inhaló profundamente, una larga e irregular bocanada de aire entre dientes apretados, como la de alguien que trata de reprimir el dolor. Erik le apoyó una mano en el hombro para tranquilizarla.
—Ahora ya puede relajarse. Reforzada como está, es imposible que alguien entre por esa puerta, se lo prometo.
—No, si no es por eso…—sugirió Mac.
Erik chasqueó la lengua. Parecía enojado consigo mismo.
—Claro, las ventanas. ¿Cómo pude olvidarlo?
—No hace falta que cause más estragos. Las ventanas tienen todas barrotes –se apresuró a informarle la joven—. Es un requisito esencial de la compañía de seguros.
—Y ahora me alegro por ello –la abuela giró la cabeza a medias y suspiró cuando sus ojos se posaron en el reloj—. ¡Ay, ojala también hubiera asegurado el reloj!
—Bueno, no tiene sentido lamentarse por agua vertida –afirmó Mac para quien el reloj, más que un valor al alza en el mercado de antiguallas, siempre había sido un emblema del tedio que acompañaba sus días—. Deberíamos llamar al sheriff Rolston ahora mismo. Él lo arreglará todo.
El teléfono había caído al suelo cuando Erik desplazó el mostrador, como el resto de su contenido. Mac recorrió la habitación con la vista hasta dar con él, medio oculto bajo un montón de papeles. Tras recogerlo, se puso el auricular en la oreja y presionó el gancho varias veces, para iniciar la señal de tono.
—Mierda. No hay línea. Han debido cortar los cables.
—No importa –intervino Erik—. La policía habría sido de muy poca ayuda.
—¿De poca ayuda? Oiga, estamos hablando de las fuerzas del orden público. Profesionales armados hasta los dientes que hacen frente a contingencias como esta casi a diario.
—No, no como ésta, créeme –hizo una pausa mientras miraba a su alrededor—. El edificio, ¿tiene más entradas?
—En la cafetería hay otra puerta de acceso –informó Doña Victoria, señalando el corto pasillo que conectaba la parte trasera con recepción. Erik miró brevemente en la dirección indicada. Luego, sin decir palabra, volvió a cargarse las alforjas al hombro y echó a andar hacia donde había dicho la abuela. Cuando se dio cuenta de que no iba a esperarlas, Mac salió corriendo detrás de él.
—Oiga, ¿nos va a explicar de una vez de que va todo esto? –preguntó la joven, tratando de mantenerse a su altura.
Erik ni respondió ni aminoró el paso, avanzando por el pasillo con un solo propósito. Al llegar a la cortina que separaba la cafetería de recepción, la apartó a un lado con el cañón de la escopeta. El tintineo de las conchas y abalorios sirvió para anunciar su llegada a Samuel y a Elvira, que permanecían de pie junto a una de las ventanas, contemplando estupefactos lo que en esos momentos ocurría fuera. La inesperada visión de un forastero armado hizo que Samuel reaccionara de inmediato, algo instintivo y nacido de puro hábito. Sin demostrar ningún temor, alzó el brazo derecho, en cuya mano empuñaba el cuchillo más grande de la cocina, y se plantó ante el desconocido, interponiendo su corpachón entre el potencial peligro y la indefensa Elvira. Durante un tenso instante, ambos hombres se examinaron mutuamente, ponderándose con la mirada, un mudo desafío que podía desembocar en violencia en cualquier momento. Tan sólo la llegada de Doña Victoria impidió una conflagración que parecía inevitable.
—Anda, Samuel, baja el cuchillo, que bastante mal ya están las cosas para que encima acabemos matándonos entre nosotros—intercedió.
—El fulano este no es uno de los nuestros –dijo Samuel, apuntando a Erik con el cuchillo, antes de que una idea cruzara su pensamiento y le hiciera arrugar la frente—. ¿Es amigo de los tipos de ahí fuera?
—Bueno, esa es sólo una de las cosas que todos querríamos saber de él, a parte de su identidad y los motivos por los que se encuentra aquí, en el motel— señaló la abuela. Luego se volvió hacia Erik y añadió—. Usted dijo que respondería a nuestras preguntas más tarde. ¿Ha llegado ya ese momento?
Erik descargó las alforjas sobre la barra de la cafetería, aunque prefirió conservar la recortada.
—Mi nombre es Erik Ravenheart –antes de continuar, hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta de la cafetería—. ¿Es esa puerta segura?
—Echamos la cancela en el mismo momento que oímos los disparos –le informó Samuel—. Si alguien quisiera partir el candado o la cadena, iba a necesitar una sierra eléctrica. Y ni siquiera eso creo que funcionara.
—Bien, al menos tuvieron el sentido común de no salir.
Samuel se sintió ofendido por lo que implicaba aquella declaración.
—No se equivoque, amigo. No es que estuviera ignorando mi deber de socorro ni tampoco soy un cobarde, pero involucrarme en una pelea hubiera podido violar los términos de mi libertad condicional, así que pensaba llamar al sheriff Rolston.
—No estaba criticando su forma de obrar. De hecho, tomó usted la decisión más acertada. De haber salido a ayudarles, ahora también estaría muerto.
Samuel arqueó una ceja y, acariciando el filo del cuchillo con el dedo pulgar, le estudió con calculadora frialdad.
—Parece muy seguro de ello…
Erik le devolvió la mirada.
—No tengo ni un atisbo de duda.
—¡Oh, por favor! —exclamó Doña Victoria, interrumpiéndoles—. También yo soy fan de Clint Eastwood pero, ¿no podríamos dejar las imitaciones para otro día? Ahora mismo necesitamos respuestas, no entretenimiento.
—El señor Ravenheart es un cliente del motel –ofreció Mac.
—A la fuerza –puntualizó él.
Los ojos inquisitivos de Doña Victoria fueron del uno al otro, observándoles atentamente, exigiendo una explicación.
—Por mi culpa su Harley sufrió una avería. Un percance insignificante, casi sin importancia –como no tenía abogado, más le valía precisar—. Pero aun así, mientras esperaba a que Porfirio efectuara las reparaciones necesarias, me sentí obligada a ofrecerle una habitación, para compensarle de alguna manera.
La abuela entrecerró los ojos, sin ocultar su recelo.
—Espero que la compensación se limitara a eso y no incluyera ningún servicio personal…
Mac enrojeció, rezando por que Erik no hubiese captado la insinuación.
—Abuela…
—Vale, vale, supongo que ya eres mayorcita y eso no es asunto mío. Mejor volvamos a la cuestión que nos preocupa a todos –su mirada fue de Mac a Erik—. La pandilla de punkis de ahí fuera, ¿quiénes son y qué relación tiene usted con ellos?
—¿Punkis? –repitió Erik, desconcertado.
—Sí, punkis, gamberros con crestas en el pelo –aclaró Mac, poniéndose una mano en la cabeza para simular una penacho.
—Señora, esos individuos de ahí fuera no son punkis, son draugar, revenants… los no muertos…
La abuela chasqueó la lengua, desestimando el detalle con un gesto de su mano.
—Mire jovencito, no quiera darme lecciones de sociología sobre tribus urbanas. Punkis, revenants, draugatas… tanto me da. A mi edad, una ya ha aprendido que la culpa de todo la tienen la MTV y los juegos de ordenador violentos. Pero de una cosa pueden estar bien seguros: sean quienes sean, no voy a dejarles que me hundan el negocio.
—No creo que su negocio corra ningún peligro. En cambio, si yo fuera usted, comenzaría a preocuparme muy en serio por conservar la vida. Samuel volvió a alzar el cuchillo.
—¿Es eso una amenaza?
—No. Más bien un consejo. Pero por favor, no se sienta forzado a aceptarlo…
Doña Victoria suspiró. El antagonismo entre los dos hombres era evidente y le hacia anticipar un sinfín problemas que, precisamente ahora, no necesitaban en absoluto.
—Vamos, vamos, intentemos tranquilizarnos todos –pidió, a ultima instancia.
—Yo estoy muy tranquilo –afirmó Samuel.
—Yo lo estaría más si soltases el cuchillo –a regañadientes, el hombretón lo hizo. Doña Victoria se volvió entonces hacia Erik—. Mire, señor Ravenheart, estoy segura de que su consejo era totalmente bienintencionado. Y hasta puede que tenga toda la razón del mundo. Lo que ocurre es que resulta muy difícil juzgar sus palabras cuando carecemos del contexto suficiente para hacernos una idea de lo que está sucediendo aquí. Así que, si no le importa, ¿por qué no nos pone en antecedentes?
Erik se pasó una mano por su cortísimo cabello.
—Les va a parecer una historia increíble. No sé ni por donde empezar…
—Bueno, en los diecinueve años que llevo de convivencia con mi nieta, he oído más que mi ración de historias descabelladas —Mac trató de protestar, pero la abuela la acalló levantando una mano—. Tal vez descubra que sorprendernos no sea tan fácil como cree. Personalmente, yo le recomiendo que se atenga a los hechos y que empiece por el principio.
—Sí. Tal vez eso sea lo mejor –convino Erik, mientras se recostaba contra una mesa.
La abuela y Elvira siguieron su ejemplo y se sentaron en sendas sillas, poniéndose cómodas para escuchar la historia. Mac y Samuel, en cambio, prefirieron permanecer de pie. Todos guardaron silencio durante unos segundos, la mayoría expectantes, Erik tomándose el tiempo necesario para poner en orden sus pensamientos antes de iniciar su narración.
—La primera vez que me enfrenté a uno de ellos fue hace mucho, mucho tiempo –dijo por fin, tras la pausa—. Entonces, tampoco yo sabía quiénes o qué eran. Un aprendizaje rápido y el ser abierto de mente fueron las dos claves de mi supervivencia.
—No me gusta eso de ser abierto de mente. Creo que va a meternos una trola…
—Shhhh, Samuel, déjale que continúe, por favor –pidió Doña Victoria.
Erik prosiguió.
—Ocurrió durante el verano, buen tiempo para navegar. Unos meses antes, nos habían informado sobre un monasterio frente a las costas inglesas donde decían que abundaban las riquezas, y el aliciente del oro era demasiado difícil de resistir, así que para allá nos fuimos.
—¿A robar? –preguntó Samuel.
—Sí.
—¿A unos pobres monjes?
—Sí. Ya le he dicho que el aliciente del oro era difícil de resistir.
Samuel meneó la cabeza, reprobador.
—Aprovecharse de monjes indefensos, hay que ser escoria para hacer algo así…
—Vamos, Samuel, no seas tan moralista. Además, si le interrumpes cada cinco minutos, no acabará nunca de contar la historia.
—No importa, señora. Tenemos toda la noche –intervino Erik con amabilidad.
—Bueno, no es por meterle prisa, pero es que estamos impacientes porque llegue al meollo del asunto. Por favor, continúe.
—Hubo una terrible tormenta, la embarcación naufragó…
Última edición por Joana el Miér Sep 28, 2011 2:14 pm, editado 2 veces | |
| | | Joana Miembro del "Club Albariño"
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| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 11:50 am | |
| Escuchando su voz, Mac cerró los ojos y de nuevo se dejó arrastrar por sus ensoñaciones. En su imaginación, vio a Erik gobernando el timón de un velero, el viento y las olas azotando su rostro fieramente. Por suerte, vestía al más puro estilo marinero, con chaqueta y pantalones impermeables de un vívido color amarillo. Aunque bien pensando, mejor cambiar esa parte. En realidad, llevaba un polo y pantalones cortos, blancos para más señas, que al estar empapados se adherían a su cuerpo y revelaban sus músculos. Todos y cada uno de ellos. Incluso lo que no estaba segura si era un músculo o se consideraba un apéndice. Como le había visto desnudo en la habitación, imaginarlo no requería de demasiado esfuerzo.
—La fuerza del oleaje me separó de mis compañeros. Solo, en mitad de la noche, finalmente alcance una de las playas de la isla. Decidí entonces que, al estar en minoría y sin armas, resultaría mucho mejor si pretendía ser un simple naufrago. De no hacerlo, en caso de ser descubierto, era muy probable que jamás volviera a ver mi tierra.
—¡Qué pena mas grande!
—Samuel, ya basta.
—Aun así fui capturado y los malditos monjes me encerraron en una celda hasta que pudieran avisar a las autoridades del lugar.
—¡Bien por los monjes!
—¡Samuel!
—Lo siento, Doña Victoria, ya me callo.
—Creo que estuve encerrado varios días. No lo sé seguro porque entre las heridas provocadas por el naufragio y los golpes que me habían dado, perdía y recuperaba la conciencia constantemente, resultándome casi imposible medir el paso del tiempo. En uno de los momentos en que me hallaba medio desvanecido, me pareció oír un distante fragor de lucha. Deseé fervientemente que fueran mis compañeros, que venían a rescatarme. Pero cuando desperté todo estaba en silencio. Un silencio que no era normal. Un silencio de esos que te provocan escalofríos en la espalda…
Samuel no pudo reprimirse más.
—Ja, si ya lo sabía yo. El chulito este nos ha untado bien y ahora es cuando empieza con la trola –prorrumpió—. Mire, guaperas, ni estamos aquí de acampada ni somos unos cándidos boy scouts, así que limítese a contar la historia sin... sin... ¡sin efectos especiales!
—Es lo que estoy haciendo.
—Pues a mí no me lo parece…
—A ver, ¿quién estaba allí, usted o yo?
La abuela suspiró.
—Samuel, en eso al menos tendrás que darle la razón. Y respecto a usted, señor Ravenheart, sepa que ya nos tiene a todos en suspenso sin necesidad del melodrama.
—¿Melodrama, dice? Esperen a que acabe mi historia y entonces si que desearan que fuera todo una exageración.
—¡Por el amor de Dios, deje de marear la perdiz y siga! –espetó Samuel.
Erik ignoró la grosería y prosiguió su narración.
—Bien. Allí estaba yo encerrado y, por más que gritaba, ninguno de los monjes acudía. Es más, por el ventanillo de la puerta, me pareció ver que las escaleras estaban cubiertas de sangre. Y una de las primeras cosas que aprendí de niño es que donde hay sangre, ha habido lucha.
—¡Qué infancia más bonita debió tener!
Erik se detuvo de nuevo y soltó una risa que tenía mucho de bufido. Entre divertido y enojado, miró fijamente a Samuel.
—Bonita o no es tan sólo una cuestión de matices. Pero que fue muy instructiva, eso puedo asegurárselo. A los siete años ya era capaz de degollar un hombre. Y como podrá imaginarse, a estas alturas y después de muchos años de práctica me he convertido en un auténtico experto…
A las palabras de Erik les siguió un silencioso duelo de miradas. Doña Victoria se vio obligada de nuevo a intervenir.
—¡Ay, por Dios, no se maten los dos o nos quedaremos sin saber el final!
En ese momento, cegados como estaban por una cortina de furia y un tangible exceso de testosterona, a ninguno de los dos hombres pareció importarles demasiado. Aún se miraron durante un instante más, un segundo casi eterno, ambos reacios a ser el primero que se rindiera. Finalmente fue Erik quien apartó los ojos y continuó con su historia.
—Cuando ya había perdido toda la esperanza de salir de aquella celda con vida, apareció uno de los monjes, Fray Beoda, un hombre muy anciano…
Esta vez fue Doña Victoria quien le interrumpió.
—¿Beoda? ¿Se llamaba realmente así?
—Sí.
—Uffff, ya sabía yo que los ingleses eran raritos, pero por Dios, llamar Beoda a un chiquillo. Eso no es una excentricidad, eso es un auténtico crimen.
—Pues mi primo de Socorro se llama Madaleno Chucho Prieto –contribuyó Elvira.
—Bueno, y sin ir tan lejos, ¿qué me decís de Ciara Isadora? De normalito no tiene nada, y fue totalmente idea tuya –añadió Mac.
—Bueno, ya estáis desvariando otra vez…
—¡Abuela, pero si has empezado tú!
—Yo sólo me limité a puntualizar algo, que no es lo mismo.
—Claro, lo que tú digas, abuela.
—¿Qué es esto? ¿Una conspiración para que el pobre hombre no acabe jamás? Por favor, señor Ravenheart, ignórelos a todos y siga.
Erik continuó, tentativamente al principio, retomando el ritmo tras unos segundos.
—Fray Beoda me contó que el resto de monjes estaban muertos, o así él lo creía. Siendo los dos únicos supervivientes en todo el monasterio, no me costó demasiado convencerle para que abriera la puerta y…
—Y entonces le rebanó el pescuezo con su habitual maestría –concluyó Samuel.
Erik soltó un resoplido. Estaba comenzando a cabrearse de verdad.
—No. No le rebané el pescuezo. En realidad, cuando abandoné la isla, Fray Beoda estaba vivito y coleando, y en tan buena salud como un hombre de sus años puede estarlo. ¿Satisfecho?
Samuel se encogió de hombros y Erik trató de continuar.
—Joder. Ya no sé ni por donde iba…
—Fray Beoda le abrió la puerta –ofreció Mac.
Erik entrecerró los ojos, mientras recapitulaba mentalmente. Tras una breve pausa y una profunda inspiración, prosiguió.
—Fray Beoda me abrió la puerta. El pobre viejo estaba aterrorizado. Me explicó que unos días atrás unos lugareños habían llevado al monasterio al señor de la comarca, medio muerto y en necesidad de atención médica. Al parecer, el tipo había resultado herido durante una cacería, cuando algún animal salvaje le había atacado. Las mordeduras eran mortales y nadie hubiera sido capaz de sobrevivir a semejante perdida de sangre. No pudieron hacer nada por él, así que el hombre murió.
—¿Y por qué no le llevaron a un hospital?
—Tal vez no tenía seguro médico…
—Pero si ha dicho que era el señor de la comarca, seguro que estaba forrado.
—Chitón, vosotros tres, que esto ya se ha alargado demasiado. Señor Ravenheart, no se preocupe, por mí ya puede ahorrarse todos los detalles triviales.
—Los monjes le amortajaron, y luego se dispusieron a velarle durante un día y una noche. Durante el día nada ocurrió, pero al llegar la noche…
—¡Ay, ay, ay, qué me temo lo que va a decir! –gimió Mac, cubriéndose los oídos con las manos para no escuchar sus palabras.
—… al llegar la noche el difunto volvió a la vida—concluyó Erik.
—¡Lo sabía! ¡Lo sabía! –gritó Mac.
—¿Lo sabía? ¿Entonces por qué demonios estoy yo explicando todo esto?
—No haga caso a mi nieta. Ha visto demasiadas películas. Usted sólo relate lo que ocurrió a continuación.
Todavía algo receloso, el ceño intensamente fruncido, Erik reanudó la historia.
—El hombre, tras su muerte, se había convertido en algún tipo de bestia, un ser maligno sediento de sangre. Y lo que es peor, a través de su mordedura también transformaba a los demás.
—Como un vampiro –aventuró Doña Victoria.
—Exactamente –ratificó Raven.
En ese momento, Samuel dio una patada a la silla que tenía enfrente, sobresaltando a todo el mundo menos a Erik, que o bien poseía nervios bien templados o simplemente estaba sordo.
—Ah, no, por ahí no paso. El menda este nos está contando una historia de vampiros y encima quiere que le creamos –se quejó el corpulento cocinero.
—Ya les avisé que todo el proceso requería de una cierta apertura mental, por así decirlo —se justificó Erik.
—Y yo ya le dije que no era un cándido boy scout —respondió Samuel.
No resultaba difícil predecir una reanudación de hostilidades, así que Doña Victoria se levantó y caminó unos cuantos pasos, hasta interponerse entre los dos hombres, frotándose el mentón con la mano mientras reflexionaba.
—Pretendamos por un momento que todos los aquí reunidos somos amigos y que estamos encantados de conocernos. Ya puestos, pretendamos también que su historia tiene un mínimo de credibilidad. ¿Qué sucedió entonces?
—Tras ponernos momentáneamente a salvo, tratamos de evaluar la situación, y la verdad es que las circunstancias no resultaban demasiado halagüeñas. En la isla, todos estaban muertos, agonizantes o, lo que es peor, se habían convertido también en revenants. A medida que la noche avanzaba, cada vez había más y más de ellos, y tan sólo Fray Beoda y yo para hacerles frente. Debo decir que al religioso jamás le abandonó la esperanza, aunque yo sabía que nuestras probabilidades de salir de allí con vida eran casi inexistentes. Aun así, no nos rendimos. Aceptar la muerte era una cosa, algo para lo que me había estado preparando desde niño, pero aceptar aquel destino... –Erik efectuó una pausa, abandonándose al dolor de la memoria—. Ambos hicimos un pacto, jurando que si llegaba el momento que aquellas criaturas nos derrotaran, yo me encargaría de despachar a los dos al otro mundo. Aquello nos dio valor y fuerza. Así que luchamos, cada uno de nosotros armado con su propio credo: Fray Beoda enarbolando su poderosa espiritualidad, y yo... yo con el frío e infalible acero en mi mano, porque si había de morir, no quería hacerlo de otra manera. Las huestes espectrales eran infatigables y numerosas. Nuestras estrategias irreflexivas, desesperadas y, la mayoría de ellas, abocadas al fracaso. Pero finalmente descubrimos las tres maneras de acabar con aquellos monstruos. La primera era la purificación a través del fuego. La segunda, logrando la destrucción completa del corazón. Y la tercera, la más rápida y eficaz, cortándoles de cuajo la cabeza.
—Ejem, no es por restarles mérito, pero ese método tiene exactamente la misma eficacia cuando se usa contra el resto de la humanidad, sean revenants o no –argumentó la abuela, cargada de lógica.
—Sí, menudo par de genios –puntualizó Samuel.
—Ya, pero un revenant es al menos el doble de fuerte que un humano. Y el doble de ágil y, posiblemente, el doble de letal. Además, por su condición de no muertos, disfrutan de un estado parecido a la inmortalidad, a menos que se les inflija algún castigo de los que he descrito anteriormente —Erik miró los rostros escépticos que le rodeaban y dejó escapar un suspiro derrotista—. Vamos, ¿tanto les cuesta creer lo que digo? –se volvió hacia Mac y Doña Victoria—. Ustedes dos fueron testigos de lo que ocurrió ahí fuera, cuando disparé a Morris. Y ahora mismo, si miran por la ventana, podrán ver a los otros tres alimentándose de la sangre de ese par de desgraciados.
Elvira, que de entre todos los presentes tal vez era la menos reacia a rechazar lo extraordinario, hizo caso de la sugerencia y se acercó a la ventana.
—El gringo tiene razón—afirmó, al cabo de unos minutos de atenta observación—. Aunque el calvo grandote, más que chuparles la sangre, parece que se los está comiendo a bocados…
Erik no necesitó mirar por la ventana para saber a que se refería.
—Eso es por que no es un verdadero revenant, sino un acólito, un seguidor que les custodia y les imita. Los revenants necesitan a personas así para garantizar su supervivencia durante el día, porque sus poderes disminuyen con la luz del sol. Aunque parezca increíble, siempre hay algún loco dispuesto a brindarles su protección, casi siempre a cambio de un precio.
Picados por la curiosidad, los demás se reunieron con Elvira junto a la ventana. Erik los vio torcer el gesto al presenciar aquel repugnante acto de canibalismo e idolatría.
—Buff, el fenómeno fan llevado al extremo –comentó Mac, fascinada y asqueada a partes iguales.
La abuela, algo pálida pero aún capaz de guardar la compostura, se volvió hacia Erik, buscando respuestas que, ahora mismo, necesitaba más que nunca.
—Entonces, ¿usted realmente opina que, en vez de llamar al sheriff Rolston, deberíamos salir ahí fuera y liarnos a cortar cabezas? –preguntó, asombrándose de su propia calma.
—No. En absoluto. En realidad, les recomiendo que hagan lo contrario — respondió Erik con la misma imperturbabilidad, que más que hablar de cortar cabezas, parecía que estuvieran discutiendo el menú de la semana—. La mejor alternativa es atrincherarse aquí dentro y esperar a que acabe la noche. Si logramos evitar que entren antes de que salga el sol, tal vez tengamos una posibilidad de éxito.
—¿Eso es lo que propone? ¿Qué nos quedemos aquí dentro sin hacer absolutamente nada? ¿Y qué se hizo de todo aquello del quemar, arrancar y cortar? Usted dijo que fue así como sobrevivió a su primer encuentro con ellos, ¿o es que limita la acción a cuando esta contado batallitas? –discrepó Samuel, ya casi por costumbre.
Erik tuvo que hacer un esfuerzo para responder sólo con palabras.
—No, yo sólo dije que esas eran las tres maneras de acabar con ellos, no que los venciéramos así. Eran demasiados, un auténtico ejército. Ningún hombre normal hubiera conseguido derrotarlos. Aunque ya veo que usted se muere por intentarlo. Por mí, adelante. Pero no aceptaré apuestas por ver cuantos segundos sobrevive. Ganar dinero tan fácil sería un robo.
Samuel lanzó un resoplido y a Doña Victoria se le encendió la bombilla.
—Ya veo a dónde quiere llegar. Hay una parte de la historia que aún no nos ha contado, ¿verdad? La parte donde se explica como, a pesar de todos sus infortunios, está usted aquí esta noche, con nosotros. Díganos, señor Ravenheart, ¿qué ocurrió exactamente? ¿Cuál fue la clave de su victoria?
—Fray Beoda encontró la solución. En un libro…
—Ajá, ¿y?
Erik vaciló.
—Y no sé si contarles lo que sigue. Hasta el momento, no es que hayan sido muy objetivos.
—¡Yo lo mato!
—Calla, Samuel.
—¡Oh, por favor señor Ravenheart, siga! Yo sí que le creo –clamó Mac.
Sus miradas se cruzaron.
—Le creí desde el principio –desde antes de que llegara, quiso añadir, pero en cambio suplicó—. Por favor, no calle ahora…
¿Pudo encontrar en el brillo de sus ojos la razón para vencer sus dudas? Mac no lo supo, pero, tras un largo silencio, Erik inspiró profundamente y volvió a hablar.
—Fray Beoda era un hombre muy anciano, así que durante toda su vida había tenido tiempo de leer la mayoría de códices que se guardaban en la biblioteca del monasterio: libros populares, libros religiosos… y libros llenos de arcanos que no conocía más que él. La cuestión es que aquel libro en particular hablaba de esos seres, de sus poderes sobrenaturales y, lo más importante, de cómo vencerlos. Describía, aunque de forma muy enigmática, un supuesto sortilegio que la iglesia había usado durante siglos en su lucha secreta contra los revenants. Considerando la antigüedad de la fuente y su procedencia, yo dudaba mucho de su posible efectividad. ¿Qué podía saber la iglesia sobre guerras y batallas, si la única lucha contra el mal que predicaba era a través de la oración? A mí, desde niño, me habían enseñado que sólo hay una forma de pelear, y es con el sólido acero en la mano. La magia pertenecía a otro mundo, no al mío, por mucho que Fray Beoda se empeñara en convencerme. Además, no me gustaba la idea de que, para el ritual, tuviéramos que usar sangre del revenant, algo así como combatir el fuego con el fuego.
—Si eso funciona, ¿por qué entonces los bomberos usan siempre agua? –preguntó Elvira.
—Señora, hablaba en sentido figurado, no me refería a que el procedimiento ocurriera exactamente de esa manera –aclaró Erik.
—Ja, y supongo que el resto de la historia también podemos tomarla… ¿cómo ha dicho? ¿En sentido figurado? En mis tiempos a eso se le llamaba contar patrañas, meter una bola, quedarse con el personal…
—Oiga –le interrumpió Erik—, si piensa que estoy disfrutando con todo esto, sepa que está muy, muy equivocado. Permítanme recordarles que la única razón por la que estoy aquí, ahora, explicándoles esta historia que les parece tan inverosímil es porque esta torpe muchacha me averió la moto. De no ser por ese pequeño detalle, me encontraría muy lejos de aquí y los tipos de ahí fuera ni se habrían molestado con la visita. Así que si tienen alguna queja, llamen a su puerta, no a la mía. Yo me limito a tratar de salvarles el pellejo, aunque comienzo a plantearme si realmente tengo algún motivo para hacerlo…
En ese momento reparó en Mac, que le miraba con ojos muy abiertos y brillantes, ojos de inocente cervatillo. Lo de torpe, viniendo precisamente de él, la había herido en lo más profundo. Erik tragó saliva, sin comprender porque razón se sentía tan incómodo de repente.
—Lo de la moto fue un accidente. Lo de no despertarle a tiempo, un infortunado descuido por mi parte, lo reconozco. Creo que ya le pedí perdón por ambas cosas. Si sirve de algo, lo volveré a hacer –admitió la muchacha, haciendo grandes esfuerzos por reprimir las lágrimas.
Samuel se enorgullecía de tener el corazón muy duro, pero, en secreto, reservaba un rinconcito muy blando y sensible especialmente para Mac. La afrenta también le hirió a él y, antes de que Erik pudiera añadir algo, la rodeó con sus brazos para consolarla.
—Tranquila, princesa, que es tu palabra contra la suya –dijo, tratando de animarla. Luego se volvió hacia Erik, furibundo—. Debería avergonzarse, hacer llorar a una chiquilla. Si tuviera valor, se metería con alguien de su talla, maldito cobarde monjicida.
Confundido, Erik trató de balbucear algo, pero acabó boqueando sin articular nada. Al final cerró los ojos, negó con la cabeza y se dejó caer pesadamente sobre un taburete de la barra.
—Creo que necesito un trago –confesó.
La abuela encendió un cigarrillo, le dio una bocanada y luego expelió el humo muy lentamente, con el paciente estoicismo del que ha presenciado escenas similares en más de una ocasión.
—En la estantería detrás del mostrador. Sírvase usted mismo.
Erik se estiró sobre la barra y tomó una botella de tequila José Cuervo del anaquel. Tras desenroscar diestramente el tapón con una sola mano, le pegó un largo trago que dejó la botella medio vacía. Luego, aún sentado y sosteniendo el tequila en su regazo, soltó una larga exhalación, un suspiro que sonó idéntico a la válvula de escape de una olla a presión. El pequeño desahogo, aunque limitado, le sirvió de ayuda para recuperar el control y, algo más tranquilo, buscó la mirada de Mac. A pesar de que se le veía increíblemente incómodo, la calidez del licor suavizaba el intenso verde de sus ojos y Mac pensó que, en ese momento, él parecía una persona distinta, menos temible y violenta, menos hostil, alguien más parecido al Erik de su sueño.
—Lo de torpe no lo dije como algo personal –declaró—. Simplemente trataba de aclarar como sucedió todo, describir objetivamente la cadena de eventos. No fue mi intención resultar ser ofensivo.
Mac ensayó una sonrisa tímida, insegura, algo coqueta.
—No hace falta que se disculpe. De hecho, tiene usted toda la razón: si yo no la hubiera fastidiado con la moto, probablemente nada de esto estaría ocurriendo. Además, por si eso no fuera suficiente, luego acabé de rematarla no despertándole a tiempo. Por torpeza, por descuido, por simple adversidad… puedo buscar mil excusas pero eso no me hará menos culpable...
—No, fue una acusación injusta. Nadie es responsable del destino. Tu culpabilidad no es más que un hecho puramente circunstancial, créeme. Supe que iba a ocurrir algo en el mismo instante que vi a los dos cuervos. Debí haberme preparado entonces –la contradijo Erik.
—Caramba. Ahora resulta que la culpa fue de los cuervos. ¿Cómo no se le ocurrió contarlo antes? Eso explica muchas cosas –prorrumpió Samuel, poniendo los ojos en blanco.
—Bueno, creí que serían incapaces de entender la señal –se limitó a precisar Erik.
Samuel le miró, frunciendo el ceño y entrecerrando los párpados, como si estuviese discerniendo el mecanismo de algún objeto complicado.
—Oiga, me parece a mí que usted jamás ha oído hablar de algo llamado sarcasmo…
—Basta ya— atajó la abuela—. Me parece un debate de lo más interesante, pero, ¿no podrían seguir la discusión más tarde? Ahora me gustaría volver a lo del sortilegio…
—Sí, el sortilegio –Erik tomó otro trago de tequila que acabó de sentenciar la botella. Luego hizo una pequeña pausa, como si estuviera recordando algo ocurrido hace muchos años, casi en los límites de la memoria—. Conseguir la sangre del revenant fue la parte más fácil, aunque pueda parecer lo contrario. En la enfermería aún se conservaban las vendas y lienzos que los monjes habían empleado para la cura del herido. Nadie tuvo ocasión de lavarlas o deshacerse de ellas, todo ocurrió tan rápido. Después vino lo auténticamente complicado y peligroso. Fray Beoda siguió las instrucciones del libro tan rigurosamente como pudo, pero como ya dije antes, el texto era bastante vago al respecto. Tan sólo hablaba de una especie de invocación y especificaba, muy crípticamente, que el guerrero debía grabar esas palabras en su corazón y que la sangre del revenant las haría indelebles. Sólo así conseguiría el poder para destruir a los vampiros.
—Y al final ¿en qué se materializó toda esa sarta de supercherías? –preguntó Samuel.
Erik soltó una carcajada corta y seca.
—Según Fray Beoda, en esto –dijo, mientras se levantaba la ajustada camiseta y les mostraba uno de los tatuajes que, profusamente, cubrían su pecho. El símbolo en cuestión estaba compuesto por una elaborada cruz románica rodeada por un ribete en el que podía leerse una inscripción en letras góticas.
Todos se acercaron para observarlo mejor, pero Mac fue un poco más lejos y levantó un dedo con intención de tocarlo. Raven la detuvo de inmediato rodeándole la muñeca con su recia mano, sin violencia, pero con una firmeza que dejaba muy claro que el contacto corporal era algo prohibido.
—Es mejor que no toques el símbolo. Puede ser peligroso –advirtió.
—Sí, Mac. No le toques. Dios sabe que repugnante enfermedad cutánea podría pegarte –señaló Samuel.
Mac se encogió de hombros.
—Pero si ya lo hice. ¿Recuerda cuando le encontré inconsciente en la habitación? Pues usé el tatuaje de la cruz como de punto de referencia para aplicar el masaje cardiaco. Después de todo, está justamente encima de donde se encuentra su corazón.
—¿Estás segura? ¿Y no te ocurrió nada?
—Por supuesto que estoy segura. Usted estaba tumbado sobre la cama, medio desnudo –al oír eso, Doña Victoria alzó una ceja, llena de suspicacia —. Creí que había sufrido algún tipo de ataque, así que comencé el procedimiento de reanimación. Lo único que ocurrió entonces es que me dio un susto terrible al despertar tan de repente –la joven frunció un poco el entrecejo y añadió—. ¿Qué significa Revenant sanguis facit aeternam?
—La sangre del revenant me hace eterno.
—¿Y eso es todo? Ciertamente, esperaba algo más... espectacular –comentó la abuela—. Pero en fin, ¿cómo funciona? ¿Dónde radica su poder?
—En realidad, no creo que funcione en absoluto –admitió Erik, para consternación de todos—. Es más, estoy casi convencido de que tanto el sortilegio como el tatuaje y la invocación tan sólo eran una especie de liturgia alegórica, una mistificacion del proceso con la única intencion de rodearlo todo de un aire religioso. Personalmente, pienso que lo que de verdad importaba era la sangre del revenant al ponerse en contacto con la sangre de un sujeto vivo. —¿Qué hizo? ¿Le dio superpoderes, como la picadura de araña a Spiderman? –quiso saber Mac.
—¿Quién es Spiderman? –preguntó Erik, desconcertado.
—Oh, no se preocupe, debe de ser alguno de sus amigos. Son todos unos bichos raros –le informó doña Victoria—. Pero bueno, también es cierto que esa es la pregunta que nos estamos haciendo todos.
—¿De verdad quieren saberlo? –su tono aconsejaba lo contrario, pero la presión que ejercía aquel coro de rostros espectantes era grande y le obligó a continuar—. Al principio, mi cuerpo respondió como si me hubieran inyectado algun tipo de veneno. Me sobrevinieron fiebres y temblores, y poco después comencé a sangrar por todos los poros y orificios de mi cuerpo. Estuve debatiéndome entre la vida y la muerte durante varias horas pero, cuando Fray Beoda comenzaba a creer que el intento había sido un fracaso, mi cuerpo finalmente asimiló la esencia presente en la sangre del revenant y entonces me recuperé, de forma tan rápida que el pobre fraile creyó que había regresado del mundo de los muertos poseido por algún espíritu de ultratumba.
Samuel meneó la cabeza. No se le veía muy complacido con la explicación.
—Vampirismo... posesión infernal... debo reconocer que imaginación no le falta. Y encima el aplomo con que lo suelta. Dígame, ¿no pensó nunca en hacerse político y vivir del cuento?
Erik se volvió hacia él. Parecía muy frío y calmado. Exactamente, tan calmado como un tiburón que acecha en el abismo y tan frío como la guillotina que está a punto de caer.
—Samuel. Ese es su nombre, ¿no? –inquirió, con voz átona.
—Sí –respondió Samuel.
—Pues muy bien, Samuel. Desde ahora, voy a proceder a ignorarle. Completamente. Como si no existiera. Y no me considere maleducado, por favor. Lo hago sólo por su bienestar y por garantizarle una larga existencia que puede que ni se merezca. Para los demás, si aún les interesa, solo les diré que la sangre del revenant produjo en mí una especie de transformación, cambios que equipararon mis capacidades físicas al poder de aquellas criaturas. Por formularlo de alguna manera, me convertí en algo similar a ellos sin llegar a ser uno de ellos. Fuego contra el fuego, como ya les expliqué antes. Si no fuera por eso, jamás habríamos podido vencerles. Al final de la noche, la isla estaba teñida de rojo y sembrada de cuerpos. Ninguno volvió a levantarse...
—Por lo que explica, parece que hubo un alto numero de victimas –comentó la abuela, pensativa—. Y siendo así, me resulta muy extraño que jamás hablaran de ello en las noticias o que tampoco saliera publicado en los periódicos, ni tan siquiera en los más sensacionalistas.
—En eso está equivocada. William de Newburgh, Walter Map y el abad Burton son sólo unos de los pocos que escribieron acerca de esos engendros.
—No pretendo llamarle mentiroso, pero como verá, soy bastante mayor que usted y en ningún momento de mi vida oí, leí o me cotillearon algo semejante.
—Difícilmente, señora, porque todo lo que les he relatado sucedió en el verano de 811, hace más de mil años. Dudo mucho de que sea usted tan vieja…
Semejante declaración dejó a Doña Victoria sin argumentos. En realidad, logró acallarlos a todos, y un largo y súbito silencio se abatió sobre los ocupantes de la cafetería. Mac, todavía de pie junto a Samuel, sintió que se mareaba. Su cabeza parecía haberse llenado de un millón de ingrávidas burbujas, embriagadoras pompas de jabón que bullían y estallaban, arrastrándola con ellas en un violento torbellino. En un acto reflejo, se sujetó al respaldo de una silla para no caer, mientras que en su mente la imagen del bronceado y elegante Raven, vestido de Ralph Lauren y al timón de un moderno velero, se transformaba poco a poco en otra de un Raven cubierto de pieles, melenudo y peludo, remando con ferocidad mientras las olas del mar le golpeaban la cara. El dragón de Sven, su lugar habitual de residencia...
La abuela fue la primera en reunir la fuerza de ánimo necesaria para volver hablar. Aunque se la veía muy tranquila y la expresión de su rostro era casi de indiferencia, entre sus dedos, el olvidado cigarrillo se había convertido en una columna de ceniza de tres centímetros que amenazaba con desintegrarse en cualquier momento.
—Mire, me gustaría ser diplomática, pero como todos los aquí presentes nos morimos por saberlo, no me queda más remedio que preguntárselo sin rodeos ¿es usted también un vampiro?
Erik no respondió de inmediato y, cuando lo hizo, su respuesta estuvo llena de ambigüedad.
—No del todo...
Un imperceptible temblor sacudió la mano de Doña Victoria y la ceniza del cigarrillo cayó al suelo.
—Señor Ravenheart, ¿le importaría explayarse un poco más? –insistió.
La fuerza de aquellas miradas hostiles no resultaba precisamente alentadora, pero Raven se había enfrentado a peores adversarios y lograr intimidarle no era tarea fácil. Además, dadas las circunstancias, hacía rato que desistir había dejado de ser una opción. Ahora, sólo le quedaba seguir adelante.
—Los vampiros beben sangre humana por necesidad, pero para ellos es mucho más que un alimento. Sin sangre, les resulta imposible mantener su condición de no muertos y un impulso irrefrenable les atrae a ella. Un vampiro no tiene alternativa. Ha de matar para poder sobrevivir. Yo, en cambio, elijo si hacerlo o no.
—¿Y qué puñetas quiere decir con eso? –espetó Samuel—. ¿Qué ahora mismo está deshojando la margarita tratando de decidir si nos chupa la sangre o no?
—¿Es eso verdad? –chilló Mac.
—¡No! –respondió Erik, contundente–. Por favor, tienen que confiar en mí. No quiero hacerles ningún daño.
Samuel, ignorando la oferta de Raven, volvió a agarrar el mismo cuchillo que, tan sólo un poco antes, había dejado sobre la mesa.
—Mire, guapito, hasta aquí hemos llegado –anunció, reafirmando su declaración con un desafiante balanceo del arma—. Por mucho que se empeñe, y hay que reconocer que tenacidad no le falta, no creo ni media palabra de lo que ha dicho. Además, ya estoy harto de tanta tomadura de pelo. Así que propongo que le rebanemos el pescuezo y que salgamos de dudas, por aquello de que prevenir es mejor que curar. Todo el que esté a favor de la moción que levante la mano…
—No creo que sea muy buena idea –expuso Erik.
—Claro, ¿y qué otra cosa iba a decir? De todas maneras se me olvidó mencionarle que su voto no cuenta.
Erik, sin evidenciar preocupación alguna, observó como Samuel levantaba el cuchillo.
—Le recuerdo que me está amenazando con un cuchillo mientras que yo tengo una escopeta…
De una sola ojeada, Samuel examinó el cuchillo que el mismo sostenía, la escopeta que Erik empuñaba y a la inmóvil Mac que permanecía de pie a su lado, con la olvidada Beretta aún en la mano. En un rápido movimiento que dejó patente sus buenos reflejos y su sangre fría, se pasó el cuchillo a la mano izquierda, como un hábil malabarista, y luego se apropió de la pistola de Mac.
—¿Qué decías, guapito? –se mofó, mientras le encañonaba.
—Por favor, Samuel, no le mates –suplicó Mac.
—Tranquila, princesa, no sufras. Digamos que sólo quiero someterlo a una pequeña prueba que, de una vez por todas, nos ayude a despejar sospechas y a acabar con la discordia. Algo sencillo e infalible, como meterle un tiro en las tripas y ver que pasa. Si supera la prueba y, desafortunadamente, muere, eso significa que no es un vampiro y, de manera póstuma, le exoneramos de cualquier culpa. Pero si sobrevive, entonces todos sabremos lo que es y yo le cortaré la cabeza con mi cuchillo. Semejante amenaza hubiera hecho perder los nervios a cualquier otro, pero Erik sólo la acusó con una ligera inclinación de cabeza y un levísimo fruncimiento de sus cejas. Bajo ellas, sus ojos reflejaban una glacial serenidad.
—Yo de usted no lo haría. Si me mata, me convertiré de inmediato en uno de ellos, y le recuerdo que al perder mi humanidad, pierdo también la capacidad de elección. Lo que básicamente equivale a que si yo muero, ustedes no tardan en seguirme. Y si piensan que podrán librarse, olvídenlo. Ya les hablé antes de las extraordinarias capacidades físicas que posee un revenant, pero olvidé comentarles que el cambio produce en el vampiro un hambre incontenible que intensifica esas facultades. Y a la hora de jugar al gato y al ratón, no es muy difícil discernir quienes iban a convertirse en mi primera comida.
Samuel rumió la advertencia durante unos segundos. Después levantó la pistola y, sin vacilar, apuntó a la cabeza de Erik.
—¿Sabe? Tal vez haya llegado el momento de comprobarlo –proclamó, siniestramente.
Al hablar, miró a Raven fijamente a los ojos. La oscura mirada del cocinero prometía tanta violencia como el arma que sostenía, pero Erik se enfrentó a ambas sin tan siquiera parpadear. Disfrutando al máximo de la situación, Samuel curvó lentamente el dedo sobre el gatillo, dedicó una sonrisa a Raven y accionó el percutor.
No ocurrió nada El cargador estaba vacío.
Con una maldición, Samuel dejó caer la pistola al suelo y, tan rápido como pudo, cambió el cuchillo a su mano derecha. Erik reaccionó incluso a mayor velocidad, porque sabía de antemano que el cargador estaba vacío. Después de todo, el mismo lo había descargado contra Morris. Samuel tuvo que admitir entonces que el otro no les había mentido. Al menos, no en lo referente a que sus habilidades eran equiparables a las de un revenant. El doble de fuerte que un humano, el doble de ágil y, ahora mismo Samuel esperaba que no fuera así, el doble de letal. Aunque no le había quitado la vista de encima, sus ojos habían sido incapaces de percibir el vertiginoso avance de Erik hasta que fue demasiado tarde. Un momento estaba sentado en un taburete junto a la barra, y al siguiente estaba justo delante de él. Antes de que Samuel pudiera reaccionar, la pierna de Erik osciló como un látigo y ¡zas!, adiós cuchillo. Luego su puño le sorprendió con un derechazo directo al mentón que ni tan siquiera vio venir.
Cuando Samuel comenzó a comprender lo que ocurría, ya estaba en el suelo con Erik a horcajadas encima de él, su rostro tan cerca del suyo que casi era imposible enfocarlo. Aun así, pudo apreciar el extraño tono acerado que había adquirido su piel, y los ojos que ya no eran verdes sino grises, opacos y rodeados de un halo rojo. Pero sobre todas esas cosas, Samuel se percató de la boca que se abría como una inmensa cremallera para revelar los dientes más aterradores que jamás hubiera visto.
—Jodido imbécil, ¿no te han dicho nunca que tengas cuidado con lo que deseas, porque puede hacerse realidad? –gruñó Erik roncamente, como una fiera, mientras acercaba su rostro un poco más al de Samuel, mostrándole sus amenazadores colmillos—. ¿Estás satisfecho ahora?
¡Dios mío, va a matarlo! pensó Mac. Y cuando hubiese acabado con él a mordiscos, se volvería hacia donde estaban ellas y entonces no perdería el tiempo preguntando quién tiene las orejas más grandes, la nariz más larga o zarandajas de ese estilo. Simplemente, se limitaría a abrir esa bocaza suya y todas sabrían sin duda que aquellos afilados dientes eran para comerlas mejor. Y aun sabiendo todo eso, y también que lo mejor sería salir por patas, sin quedarse a comprobar si tenía razón, Mac permaneció donde estaba, incapaz de moverse. Mirando, pero sin querer hacerlo. Adivinando lo que iba a ocurrir. Imaginando la sangrienta escena de la que sería testigo involuntario...
Sin embargo, a pesar de sus temores, Mac no pudo ver nada. Ni ella ni nadie. Porque en ese mismo instante, antes de que sus pronósticos se convirtieran en realidad, todas las luces de la cafetería se apagaron.
CONTINUARÁ...
Última edición por Joana el Miér Sep 28, 2011 3:28 pm, editado 1 vez | |
| | | Joana Miembro del "Club Albariño"
Cantidad de envíos : 1884 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 57 Localización : En Belfast... de momento...
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 11:52 am | |
| Tuve que hacerlo en dos mensajes, porque en uno solo no cabía [me salió el capítulo un poco largo, pero no quería cortar por la mitad...] | |
| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 12:10 pm | |
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| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 12:16 pm | |
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| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 12:19 pm | |
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| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 12:29 pm | |
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| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 12:40 pm | |
| DIOSSSSSSSSSSSSS, como voy a echar de menos a Ralphie | |
| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 1:31 pm | |
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| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 1:37 pm | |
| Por cierto, como cuando terminemos con el libro de Chus, es tu turno, me abstengo de comentar nada sobre correcciones, jajaj pero ya estoy sacándole punta al lápiz | |
| | | Joana Miembro del "Club Albariño"
Cantidad de envíos : 1884 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 57 Localización : En Belfast... de momento...
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 1:44 pm | |
| Juasss, sí, no solo saques punta al lápiz, comprate una docena al menos, que con la tendencia que tengo yo a comerme acentos, o a ponerlos en todas las palabras porque más vale que sobren a que falten, y luego lo de cambiar palabras por otras que suenan parecidas [oir flautas y no saber de donde, ainsss] pues voy a necesitar el boli rojo. Lo de la canción de Guns and Roses, soñe, me olvidé de corregirlo y ponerle el * para escucharla en youtube! Buff, es que con eso de tener que hacer el capítulo en dos ya me he descentrado. PD: Me alegro de que te guste!! | |
| | | Joana Miembro del "Club Albariño"
Cantidad de envíos : 1884 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 57 Localización : En Belfast... de momento...
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 1:45 pm | |
| Yo también me sigo imaginando a Andy como a Raven... al principio me daba penita, pero luego pensé, leñes, mejor eso que condenarlo al olvido, ¿no? Yo creo que él lo hubiera preferido... | |
| | | Joana Miembro del "Club Albariño"
Cantidad de envíos : 1884 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 57 Localización : En Belfast... de momento...
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 1:50 pm | |
| - anarion escribió:
- DIOSSSSSSSSSSSSS, como voy a echar de menos a Ralphie
Juasss, yo también! A parte del físico [que no se parecen en nada] el personaje estaba inspirado totalmente en el señor Gregorio! [sin que se entere, claro! ] | |
| | | Chus Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 1613 Fecha de inscripción : 31/08/2009 Edad : 48 Localización : Madrid
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 1:54 pm | |
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| | | Joana Miembro del "Club Albariño"
Cantidad de envíos : 1884 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 57 Localización : En Belfast... de momento...
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 2:07 pm | |
| Jajaj, ya tiemblo de cuando me llegue el turno! | |
| | | Chus Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 1613 Fecha de inscripción : 31/08/2009 Edad : 48 Localización : Madrid
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 2:10 pm | |
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| | | Joana Miembro del "Club Albariño"
Cantidad de envíos : 1884 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 57 Localización : En Belfast... de momento...
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 2:13 pm | |
| Juasss, vamos, me parece que hasta yo voy a sacar el boli rojo, que ya empiezo a ver faltas! Uy, uy, uy, miopia+despiste+telarañas cerebrales=um, no muy buena combinación... | |
| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 2:18 pm | |
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| | | Chus Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 1613 Fecha de inscripción : 31/08/2009 Edad : 48 Localización : Madrid
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 2:18 pm | |
| - Joana escribió:
- Juasss, vamos, me parece que hasta yo voy a sacar el boli rojo, que ya empiezo a ver faltas! Uy, uy, uy, miopia+despiste+telarañas cerebrales=um, no muy buena combinación...
¿Qué te crees que estoy haciendo yo con el eslabón? Ahora que me lo estoy volviendo a leer a medida que destripáis, veo estructuras de frases que no me gustan un pelo, así que voy cambiando. Lo de los acentos... seguro que alguno habrá, igual que laísmos, pero después de no sé ya cuántas correcciones, poco a poco se van suprimiendo. De cualquier modo, corregir es el cuento de nunca acabar, siempre encuentras algo, así que tiene que llegar un punto en el que te plantes y digas "hasta aquí hemos llegado". Por cierto, yo añadiría a tu ecuación: "miopía+despiste+telarañas cerebrales+me sé la mitad de los párrafos de memoria, así que hago una lectura rápìda y no veo lo obvio". A mí me pasan estas cuatro cosas... | |
| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 2:28 pm | |
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| | | anarion Miembro de "La Familia"
Cantidad de envíos : 4681 Fecha de inscripción : 29/08/2009 Edad : 50 Localización : Moaña
| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 2:29 pm | |
| - Chus escribió:
- Joana escribió:
- Juasss, vamos, me parece que hasta yo voy a sacar el boli rojo, que ya empiezo a ver faltas! Uy, uy, uy, miopia+despiste+telarañas cerebrales=um, no muy buena combinación...
¿Qué te crees que estoy haciendo yo con el eslabón? Ahora que me lo estoy volviendo a leer a medida que destripáis, veo estructuras de frases que no me gustan un pelo, así que voy cambiando. Lo de los acentos... seguro que alguno habrá, igual que laísmos, pero después de no sé ya cuántas correcciones, poco a poco se van suprimiendo. De cualquier modo, corregir es el cuento de nunca acabar, siempre encuentras algo, así que tiene que llegar un punto en el que te plantes y digas "hasta aquí hemos llegado". Por cierto, yo añadiría a tu ecuación: "miopía+despiste+telarañas cerebrales+me sé la mitad de los párrafos de memoria, así que hago una lectura rápìda y no veo lo obvio". A mí me pasan estas cuatro cosas... Sip, por eso debe ser otro el que corrija, porque no se sabe la historia y LEE no pasa la vista sobre las letras jajajaa De todos modos, es verdad que en algún momento hay que parar. Yo creo qeu después de este destripe ya no lo deberías tocar. Lo bueno de hacer las tres correcciones simultáneas es que aparte de que una ve lo que otra se deja, debatimos y es más fácil pulir el texto. Aunque para ser sincera, lo que peor está es el prólogo y el principio del primer capítulo, el resto poca cosa tiene. Ni siquiera la necesidad de usar las tijeras | |
| | | Joana Miembro del "Club Albariño"
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| Tema: Re: REVENANT: CAPÍTULO IV Miér Sep 28, 2011 2:39 pm | |
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