Este libro es el segundo de la serie Hielo.
Pocas veces me despacho a gusto con un libro, pero en esta ocasión el atractivo de Peter me ha ayudado a pulsar las teclas.
Genevieve Spenser debe entregar unos documentos al millonario filántropo Harry Van Dorn en su yate; un trabajo que le llevará muy poco tiempo y podrá iniciar las vacaciones por las que suspira. Sólo que las cosas no salen como esperaba y se ve atrapada en el yate. Sólo una persona, Peter Jensen, agente secreto, puede poner freno a los planes que Van Dorn tiene para ella. ¿Pero es Genevieve un obstáculo para sus planes o debe protegerla?
Después de leer el primer libro de esta serie, titulado “Hielo Negro” y cuyo protagonista es Bastien, me decidí por esta segunda entrega, esperando un protagonista masculino frío, entregado a su trabajo y con poco lugar para sus sentimientos, un “atormentado”, que ahora están de moda. Lo que no pensaba encontrarme era con un “fiambre”, porque este buen hombre no es que sea Frío como el hielo, sino que el pobre ha perdido cualquier contacto con la vida y es un zombi disfrazado. Frío, CONGELADO, sin pizca de sentimientos, ah¡¡¡ perdón, se los encuentras en el fondo, en las profundidades más recónditas, pero para eso debes ser Indiana Jones.
Y Genny es una abogada que se gasta una pasta en ropa, pero se consuela pensando que la vida la ha obligado a perder sus expectativas de ayudar a los más desfavorecidos, por eso trabaja para abogados cuyo lema es la defensa al poderoso, así puede lucir sus zapatos de Blannik, etc, etc. Los remordimientos por la “inocencia” pérdida ejerciendo la abogacía los ahoga bajo una apariencia exquisita.
Su llegada al barco del millonario la mete de cabeza en una serie de problemas que no podía ni imaginar y que además la van a colocar al borde de la muerte; sin más “ayuda” que Peter Jensen, el “fiambre”, y menos mal que lo tiene a él; porque igual se puede morir a manos de cualquier desalmado sin haber experimentado la relación sexual más impresionante de toda su vida. Si es que imaginación a estas escritoras no les falta, porque la chica descubre un mundo de sensaciones que ningún hombre salvo Peter ha sabido mostrarle.
No me ha sorprendido el pasado de Peter, ni siquiera que él reconozca que si la situación lo requiere le va “la carne y el pescado” ha supuesto para mí ningún problema, es un chico entregado 100% al trabajo, así se consigue ser el mejor. Pero con lo que no puedo es con su incapacidad para mostrar una pizca de sentimiento; podría recitar la tabla del 8 mientras se “aparean” y seguro que incluso así, Genny lo encontraría maravilloso.
Genny se queda prendada de este espécimen. Un chico alto, guapo, con unos músculos de impresión, cuyo momento más romántico es: “nena, puedo tener orgasmos cuando quiera, los fabrico a placer; tú para mí no significas nada especial”. Todo eso hace que la chica visite la luna y las estrellas, porque en el fondo (tengo todavía que descubrir cuál fondo ¿el del mar?) ella sabe que la quiere. Dí que sí, nena.
Después de esta encantadora lectura, donde esta mujer no se valora lo más mínimo y se deja mangonear como si fuese de trapo, he cerrado el libro con ganas de no haber comprado el siguiente, pero me lo he comprado, me está esperando en correos (Oh, Dios mío¡¡¡¡ otro hombre como éste y renuncio al romance).
Y me surge la duda: ¿Sandra Brown y Anne Stuart luchan por crearnos al hombre perfecto? Ese macho sin sentimientos, que te trata como un trapo porque te ama y que con una sonrisa hace que te derritas. Pues no sé si son amigas y están en esa búsqueda o directamente les “pone” un estereotipo masculino que a mí me pone de mal humor.
Si buscáis una historia policial con intrigas, tramas para crear el caos mundial, etc, pasaréis un rato entretenido; pero si buscáis amor, desde mi modesto punto de vista, mejor os compráis otro libro. Incluso Bastien que también es frío y controlado, se convierte en un angelito ante semejante “petardo”.
Besos.