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 Santa compaña

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anarion
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anarion


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MensajeTema: Santa compaña   Santa compaña Icon_minitimeMiér Oct 07, 2009 4:36 pm

Relato para Halloween, Samaín, Día de todos los Santos o como se llame en vuestro pueblo.

Unos macaquitos para ponernos en situación:

Santa compaña 995830 Santa compaña 561444 Santa compaña 813518 Santa compaña X_bruixapipa Santa compaña X_ratpenatc2 Santa compaña X_dracula Santa compaña X_carabassa2g Santa compaña X_esquelet2Santa compaña X_monstre2


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No se cansaba de observar el retrato. Era una antigualla horrible que había encontrado mientras hacía limpieza en el desván de la casa de su difunto abuelo. Por mucho que se estrujaba el cerebro, no conseguía recordar haber visto ese rostro en ninguna de las fotografías de su álbum familiar. Se acordaría si lo hubiese hecho.

Hacía una semana que se encontraba en la aldea de Santa Uxía de Mougás para ocuparse de todo lo referente a las propiedades de su abuelo. Debía hacer un inventario para luego proceder al reparto de la herencia. Hasta el momento, no había encontrado nada que no se ajustara a la lista que llevaba confeccionada. Le parecía una tontería tener que rebuscar en todos los recovecos de la casa, pero los demás herederos querían estar seguros de que todas las posesiones del difunto estaban recogidas en esa relación. Fue en su inspección minuciosa cuando encontró aquel cuadro. Estaba detrás de un armazón de madera, seguramente algún mueble sin acabar. A su abuelo le encantaba construir cosas, decía que le mantenía ágil el cuerpo y lúcida la mente.

El cuadro en cuestión, mediría aproximadamente unos cincuenta centímetros de ancho por sesenta de largo y estaba engastado en un marco de metal, espantosamente feo. Desde luego, la persona que encargó el trabajo no se había preocupado mucho para que realizaran algo bonito. De todas formas, el retrato que enmarcaba aquel amasijo de alambres retorcidos, tampoco era muy agradable de ver que digamos. Una de dos: o el artista era un incompetente y de pintar sabía lo que los cuervos de cantar una serenata, o la pobre mujer que había posado para tal esperpento, tendría que pedirle cuentas al creador por ser tan chapucero. Nadie se merecía estar tan mal hecho. Era una mujer de edad indefinida, peinada al estilo de los años cincuenta. Su cabello era de un color castaño mate, sin vida. El rostro tenía una forma alargada y huesuda. Destacaban en la cara unos ojos marrones, hundidos, sin emociones reflejadas en su mirada distante. La nariz estaba ligeramente torcida hacia la derecha y su forma ganchuda le daba aspecto de lechuza. La boca era una línea dura rodeada de arrugas, que evidenciaban una absoluta amargura. Pero lo que más repulsa daba era el tono de su piel, de un blanco enfermizo, sólo las ojeras que inflamaban sus párpados inferiores ofrecían un poco de color a aquél pálido semblante y lo volvían más siniestro y desagradable.

Sonó un fuerte chasquido.

Lorena se sobresaltó al quedarse a oscuras de repente. No entendía porqué se asustaba, ya era la tercera vez que pasaba en apenas quince minutos. Pero en todas y cada una de las veces había saltado como si fuera un muelle. Sabía que los apagones eran producidos por tener dos cosas enchufadas a la vez: su móvil, que se estaba cargando y la luz del desván. Su abuelo ya podía haberse estirado un poco y contratar algún amperio más con la compañía que suministraba la electricidad, de todas formas, aún se maravillaba de que tuviera corriente. En el estado en que estaba la casa, cualquiera diría que nadie la habitaba desde hacía siglos. La cocina era un hueco en la pared, con un gancho del cual colgaba una olla sobre un fogón alimentado por leña. La chimenea era un orificio hecho en la parte superior, de unos setenta centímetros de diámetro y se iba estrechando hasta formar un saliente pequeño en el tejado. No había lavadora, ¿para qué? Si se podía lavar en un pequeño pilón de piedra situado en el patio de atrás de la casa, justo enfrente del retrete, por llamarle algo: era un cuartito de madera, de un metro cuadrado, dónde sólo había un banco con un agujero en el centro, que daba directamente a un pozo negro. Una bolsa de cal se hallaba junto a una de las paredes. Por tanto, podía dar gracias por tener al menos ese poquito de civilización. Seguramente, el viejo llegó a la conclusión de que era más barato comprar bombillas y pagar la luz que utilizar velas para iluminar la casa.

Miró su reloj. Las once de la noche. Debía darse prisa si quería cenar, porque el bar del pueblo cerraba a las doce y media. El horario era una mera formalidad, al no tener competencia, el dueño cerraba y abría cuando le apetecía, sin importarle si alguien podía necesitar sus servicios.

Se subió a su coche, un BMW de segunda mano gris. Lo había comprado el mes pasado a un vecino suyo por doce mil euros. Una ganga. Disponía de todos los extras e incluso tenía un ordenador de a bordo. Si quería podía comprobar la climatología, las rutas, el tráfico... Todo de un modo interactivo. Alfredo debía de estar desesperado para venderlo tan barato. Pero como se decía popularmente “el infortunio de unos era la suerte de otros”.

No había avanzado más de quinientos metros, cuando su flamante automóvil hizo psssssssss y un tracatracatra la obligó a detenerse. Se bajó del coche y echó un vistazo. Por el ruido imaginaba que se le había pinchado un neumático, pero ¡ah, sorpresa! No era uno, sino dos los que estaban con las llantas en el suelo. Lorena estaba incrédula. Vamos, que si le arrean dos ostias ni las siente. Una rueda la podía cambiar, pero dos era del todo imposible y, para colmo de males, tampoco llevaba el teléfono.

Caminó hasta el pueblo y cuando llegó al bar se encontró con la verja bajada. ¡Maldito sinvergüenza! Todavía no era la hora de cierre. Aporreó la puerta varias veces, pero nadie salió a hablar con ella. Llamó a algunas de las casas que había cerca del bar, pero tampoco le contestó nadie. Maldiciendo y refunfuñando se marchó de vuelta a la casa. Mañana llamaría a la Asistencia en Carretera para que le enviaran una grúa y también le pediría una hoja de reclamaciones a aquel majadero. Sólo pensar en él la llenaba de odio. ¿Para qué tenía un negocio sino pensaba atenderlo?

Se estaba levantando niebla y la noche empezaba a refrescar. Miró la hora. Las doce. Tenía los huesos entumecidos debido a la humedad que se iba filtrando en ellos. De repente, sintió un escalofrío descender por su espina dorsal. El vello de los brazos se le había erizado y un intenso olor a cera invadió sus fosas nasales. El miedo la paralizó. La bruma se despejó lo justo para que Lorena se diera cuenta de dónde se encontraba. ¡No! Es imposible. Su mente racional y escéptica se revelaba ante lo que intuía que estaba pasando. Pero aun así, una parte de su cerebro registraba las señales y las grababa a fuego en interior.

Era medianoche y ella estaba en un Cruceiro (cruce de cuatro caminos). Un sudor frío manó de su piel y le resbaló por la espalda, las sienes y el pecho. Sentía las manos húmedas y los pies clavados al suelo. No podía moverse. El olor a cera se intensificó y un apenas audible cántico resonó en sus oídos. ¡No! Las luces hicieron su aparición, en fila de a dos. Avanzaban lentamente, balanceándose al ritmo de sus espectrales voces.

La respiración de Lorena se volvió irregular, frenética. El miedo estaba invadiendo hasta la última célula de su ser. Las lágrimas surcaban sus mejillas, humedeciendo su piel y sus labios resecos. Los lamió con la lengua y el sabor salado de su llanto se mezcló con el sabor de la bilis que le subía por la garganta e inundaba su boca. ¡Esto es una pesadilla, tiene que ser una pesadilla!

La comitiva seguía su avance, ya casi estaban a su altura. Lorena se esforzó por recordar.
Rememorar lo que contaba la leyenda popular... todavía podía salvarse...Un círculo... Rezar... Una estrella de cinco puntas... No mirar... El sonido de sus latidos era estruendoso. Hizo un esfuerzo ímprobo para poder doblarse y empezar a dibujar los símbolos. Los sollozos estremecían su pecho La mano le temblaba.

Ya estaban allí.

¡No mires! Se decía. ¡No mires!

Pero ya era tarde. La habían alcanzado y ni siquiera había tenido tiempo de completar el círculo protector. Los cánticos penetraron en su mente. Persuadieron su voluntad para hacerla mirar. Ella no quería, pero ya no tenía fuerzas. Lentamente fue levantando la vista. Primero vio sus pies descalzos... luego sus sudarios: unas túnicas blancas que tapaban sus cabezas con una amplia capucha. Cada uno de aquellos espectros sostenía una vela en su mano. No la miraban, su vista estaba clavada al frente. Ella no les importaba. Necesitaban un vivo para que les guiara y ya tenían uno.

Lorena.

El pánico hizo presa en ella, no quería mirar, pero una fuerza invisible la forzaba a hacerlo. La estaba llamando...la Estadea, la estaba llamando...

¡No! Gritó su mente…
¡Sí! Debes ser el relevo...
¡No!...
Mírame...
¡No!...


Pero era inevitable, como si se tratara de una marioneta a la cual obligaban a levantar la cabeza mediante los hilos que la sujetaban a las manos del titiritero, Lorena levantó la suya.

Un grito desgarrador, de puro terror, salió de su garganta. El color abandonó su rostro y sus pulmones, por un momento, dejaron de respirar.

Allí frente a ella, tendiéndole la cruz y el caldero que la convertirían en la próxima guía de la comitiva, estaba la mujer del retrato. Más vieja, más pálida, consumida por la ardua labor de encabezar a la Santa Compaña: una procesión de almas en pena, que necesitaba de un vivo para que les guiara por los caminos. La leyenda estaba rodeada de misterio. Se decía que según fuera el pueblo donde te la encontraras, el Estadea (el vivo que les guiaba) debía ser del mismo sexo que su patrón o patrona.

Como si estuviera en trance, Lorena aceptó los objetos que le ofrecía la anciana. En el momento en que aquellos cambiaron de manos, una expresión de paz sereno las facciones de la mujer y su cuerpo sin vida quedó tendido en el camino. La liberación había llegado por fin. Aunque fuera tarde para salvar su vida, fue suficiente para salvar su alma.

A partir de esa noche, Lorena encabezaría la Santa Compaña, guiando a los espectros en su
camino y buscando otro vivo al que pasarle la carga.


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Chus
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MensajeTema: Re: Santa compaña   Santa compaña Icon_minitimeVie Oct 09, 2009 7:46 pm

A mí me da un mal rollo este relato... Santa compaña 551248 Santa compaña 551248 Santa compaña 551248 Santa compaña 551248 Santa compaña 551248

Pero está muy bien Santa compaña 113943 Santa compaña 113943 Santa compaña 113943 Santa compaña 113943 Santa compaña 113943
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Juana
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MensajeTema: Re: Santa compaña   Santa compaña Icon_minitimeLun Nov 02, 2009 1:41 am

Recuerdo muuuuuu bien la historia de la Santa Campaña Santa compaña 92228 ... y eso que la contaste hace añossssss ... Santa compaña 77296 jajajajajja
Veo un cruce de caminos... ¡¡Y me acuerdooooo!!Santa compaña 88046
¡¡Muuuuu buena narración!!

Besotes
Juana
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rasaosvi
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MensajeTema: Re: Santa compaña   Santa compaña Icon_minitimeSáb Nov 07, 2009 1:04 am

jo geni, te has lucido con el relato. corto pero intenso. jo, que miedo. ¿¿pero poque tenia el abuelo un retrato de ella???
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anarion
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MensajeTema: Re: Santa compaña   Santa compaña Icon_minitimeVie Nov 27, 2009 3:21 pm

Ah, esas cosas no me las preguntéis, porque yo escribo de un tirón, lo que salga y los porqués y porque nos, no los sé Santa compaña 427107

Vamos Sara, que en este caso, estoy en la misma situación que tú. No tengo ni idea Santa compaña 588706
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MensajeTema: Re: Santa compaña   Santa compaña Icon_minitime

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