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 Simtrón Ni Son

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anarion
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MensajeTema: Simtrón Ni Son   Simtrón Ni Son Icon_minitimeLun Feb 18, 2019 8:34 pm

Capítulo 1


Un grito hendió el aire, y el sonido de un portazo precedió al repiqueteo furioso de unos tacones que parecían apuñalar los peldaños a medida que Blanche bajaba las escaleras. Necesitaba irse desesperadamente. Sólo llevaban dos semanas viviendo en el vecindario y ya le parecía que habían transcurrido siglos. Pero se le había agotado la paciencia. Su hermano Félix debió perder el juicio, era la única explicación que encontraba al hecho de que los hubiera metido en semejante cuchitril. “Encima en un tercero sin ascensor” pensaba iracunda mientras arrastraba una maleta blanca estampada con lunares verde lima: lo único que le había quedado de su antigua vida, junto con dos pares de zapatos de Christian Louboutin. Por mucho que sus hermanos insistieron, se había negado a venderlos. Puede que ahora fueran pobres, pero Blanche Urrutia jamás perdería la clase.
-¡Blanche! ¡Blanche! ¡Espera, por favor!
Con un brusco ademán, Blanche se apartó el pelo que le había caído delante de los ojos y miró hacia atrás con desdén, por encima del hombro.
-Déjame, Jean Luc. Este lugar no es para mí.
-Sólo era un poco de música, Blanche, no le estaban haciendo daño a nadie.
-¿Sólo un poco de música? Mira, un poco de música sería una pieza de Chopin, un aria de Puccini… Lo que esa mujer hace sonar en ese aparato infernal podría conseguir que Beethoven se revolviera en su tumba. ¡Y eso que era sordo!
-Por favor, querida, cálmate. Tenemos que intentar llevarnos bien con los vecinos. Ser tolerantes. Nos han acogido estupendamente –Ignoró la mirada de incredulidad de su hermana ante esa afirmación- y no es de persona amable lo que has hecho hace un instante.
-¿Qué no ha sido de persona amable?
-Tirarme un cubo de agua. No, no lo ha sido, guapi.
-¡Cordeeeelia! –Blanche le dio la espalda a su hermano y compuso la sonrisa más falsa que pudo para enfrentarse a su vecina- ¿Cómo está?
-Mojada.
-No sabe cuánto lo siento. Ha sido un lamentable accidente al regar las plantas. Ahora mismo bajaba a disculparme.
-¿Con una maleta?
-Bueno, una nunca sabe cuándo puede surgir la necesidad de cambiarse de atuendo.
-Claro. Siempre existe el riesgo de que a una le caiga algo encima. La entiendo.
Jean Luc pasaba la mirada de una a otra con temor. No tenía ningún deseo de mediar entre ellas, pero si se mantenía al margen sería muy probable que Blanche terminara por conseguir que los demás inquilinos les tuvieran manía. Ya los miraban con recelo desde su llegada. Había sido una suerte que Sebastian, el nieto de uno de los caseros, estuviera visitándolo el día que hicieron la mudanza, ya que era cliente habitual de su salón desde hacía años. Su trato cercano y amigable mitigó, en parte, el trauma de verse obligados a instalarse en el nuevo apartamento. Félix no lo llevaba del todo mal, de los tres siempre fue el más mundano. Sin embargo, para él y para Blanche, haber perdido su estatus estaba siendo un golpe duro de encajar. Pero bastante malo era pertenecer ahora a lo más bajo de la clase media como para encima añadir el estigma de parias.
-Bueno, chicas, chicas, no vayamos a enturbiar la convivencia por un quítame allá esas pajas -Pasando un brazo por la espalda de su vecina, la guió suavemente hacia a las escaleras mientras desplegaba su famoso don de gentes que tantos clientes le había hecho ganar a lo largo de los años- Cordelia, cielo, deje que yo arregle el desaguisado que ha provocado mi hermana. Venga a nuestro apartamento y prometo que le dejaré esos preciosos rizos que tiene, definidos y esponjosos como un algodón de azúcar.
-El algodón de azúcar será esponjoso, pero de rizos definidos tiene bien poco –respondió ella con desconfianza-. Aceptaré su ofrecimiento de todos modos. Eso sí, de meterme la cabeza en uno de esos cascos que tanto os gustan a los peluqueros, ni hablar. Prefiero secar mi melena al sol.
-Encima tendrá que estarle agradecido porque le permita peinarla –masculló Blanche, observando como su hermano y la vecina se perdían escaleras arriba.
-Blanche, ¿te vas de viaje?
Blanche pegó un respingo al escuchar la voz de su hermano Félix justo a su espalda. Detestaba esa forma suya de caminar, sin hacer prácticamente ruido.
-¡Por el amor de dios, Félix! Pareces un fantasma, me has dado un susto de muerte.
-No ha sido para tanto, mujer. ¿No vas a saludar al señor Blas?
-Claro. Buenos días –dijo ella con tono seco.
-Los que usted tenga, señorita –respondió Blas con una inclinación de cabeza.
Blas era uno de los caseros. Él y su hermano Epi vivían también en el tercer piso. A Blanche le parecía extraño que pudiendo elegir vivienda, no hubieran escogido uno de los bajos. A ella le costaba lo suyo subir y bajar todos aquellos peldaños, por lo que procuraba hacerlo lo menos posible. Ya no era una jovencita y sus articulaciones, por mucho que intentaba ignorarlas, se lo recordaban a cada paso. Pero si bien ella ya no estaba en la flor de la vida, era una adolescente comparada con sus compañeros de rellano.
-Todavía no me has respondido, Blanche. ¿Te vas de viaje?
-Ojalá pudiera, Félix. Ojalá pudiera –suspiró ella con tristeza.
-Entonces, ¿esa maleta?
La ira borró de un plumazo la melancolía que amenazaba con apoderarse de su ánimo.
-Esta maleta significa que me voy.
-¿Adónde? –inquirió perplejo. Luego bajando el tono de voz a poco más que un susurro se acercó para recoger la maleta de su hermana y añadió- Sabes que no podemos permitirnos ir a otro lugar.
-Venderé mis zapatos –siseó ella- Cualquier sacrificio es poco si consigo salir de aquí.
-No lo dices en serio. Venga, sube conmigo. Podemos ver una película tranquilamente en el sofá, así te distraerás un rato y no pensarás tanto en nuestra difícil situación.
Por muy poco femenino que pudiera ser, Blanche fue incapaz de impedir el bufido que las palabras de su hermano le provocaron.
-No puedo pensar en otra cosa desde la lectura del testamento, Félix.
-Por eso necesitas distracción. Mira, el señor Blas me ha prestado un DVD: Mar adentro. Dicen que fue un exitazo en el cine.
-Mar adentro… -dijo Blanche con sorna- ¿De verdad te parece buena idea que veamos una película sobre un hombre condenado a una vida miserable como nosotros? Con semejante motivación me suicidaré antes del mediodía.


Última edición por anarion el Vie Sep 11, 2020 10:42 pm, editado 2 veces
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MensajeTema: Re: Simtrón Ni Son   Simtrón Ni Son Icon_minitimeLun Feb 18, 2019 9:06 pm

Capítulo 2



Félix observó, abatido, como su hermana seguía su camino sin atender a razones.
-No se preocupe. Volverá –le consoló Blas.
-Ojalá pudiera ser tan optimista como usted, pero Blanche tiene un carácter difícil y cuando se obceca con algo es casi imposible que cambie de opinión. Y, lamentablemente, no me perdona que haya elegido este barrio para mudarnos –dijo hundiendo los hombros. De repente, alzó la vista alarmado- No me entienda mal, no quiero decir que su casa no sea adecuada, es sólo que… -interrumpió las disculpas ante el gesto de su casero restando importancia al asunto.
-Se acostumbrará, dele tiempo.
-No deberías darle esperanzas, Blas. Su hermana ya no tiene edad para que la mala leche se le vaya a pasar en seis días.
Ninguno se había dado cuenta de que la vecina del segundo B había salido al rellano en cuanto se escuchó el primer grito. Pero allí estaba, apoyada en el marco de la puerta, fumando con parsimonia un cigarro insertado en una boquilla extralarga. Otilia Simancas era una mujer, que a pesar de estar a medio camino de los ochenta años, tenía una vitalidad envidiable y un espíritu joven que se reflejaba en la vestimenta estilo hippy que usaba y en el moderno y colorido corte de pelo que llevaba. Compartía piso con su exmarido. Juntos, pero no revueltos, tal y como ponía en la chapa identificativa colocada bajo la mirilla.
-¡Otilia, por favor! Y que semejante grosería venga de una mujer –se quejó Blas, meneando la cabeza de lado a lado.
-Ya estamos dando la murga con lo políticamente correcto –bufó ella-. Sois vosotros los que achacáis el mal humor a las hormonas cuando la realidad es que se debe a la incomodidad de estar desangrándose como un cerdo. De todos modos, dejad que se marche. Todo ese despliegue de dignidad ultrajada fue divertido al principio, pero la novedad ya ha pasado y tanto histrionismo ha perdido la gracia.
Félix se aflojó el nudo de la corbata, le costaba respirar y había empezado a sudar. No podía culpar a Blanche por querer irse, a veces incluso él se veía tentado. Creyó que mudarse a un edificio dónde todos los inquilinos pertenecían a la tercera edad les aportaría tranquilidad. ¡Qué equivocado estaba!
-¡Eh! ¡Los de arriba!
Otilia, Blas y Félix se asomaron al hueco de la escalera.
-¡Maldita sea! ¡Trud! ¿Quieres dejar ese gato y venir aquí? ¡Están haciendo una reunión de vecinos y no nos han dicho nada!
En la planta baja, Simon Brams vociferaba y gesticulaba airado llamando a su mujer mientras hacía girar su silla de ruedas.
-¡Trud! ¡¿Me estás oyendo?! –Simon impulsó las ruedas hacia atrás con tanta rabia, que dejaron una marca negra al chocar contra el rodapié- ¡Tú a lo tuyo, eh! ¡Pero a mí esto me huele a derrama!
-¡Qué derrama ni que ocho cuartos, Simon, estamos de alquiler! ¡Anda, entra en casa! –sonó la voz de Trud desde el interior de la vivienda.
-¡Pues seguro que nos aumentan la renta! ¡Si no a santo de qué se montan una reunión a hurtadillas! ¡Y para mayor abundamiento en una de las plantas de arriba dónde saben que con este artilugio del demonio no puedo ir! –se acercó de nuevo al hueco de la escalera para advertirles a sus vecinos que sabía que querían jugársela- ¡No vais a poder subirnos el alquiler, me oís! ¡Voy a llamar a mi abogado!
-¿Pero de qué está hablando, Simon? Nadie va a subirle nada –intentó tranquilizarle Blas.
-¡No pueden engañarme! ¡Pero ya se dará cuenta cuando mi abogado le llame! ¡¿Me escucha?! ¡Tendrá noticias de mi A-BO-GA-DO! –enfatizó cada sílaba con un movimiento de su brazo.
Dentro de la casa, Trud, sabedora de que nada calmaría a su marido una vez que alcanzaba ese estado de agitación, buscaba el frasco de pastillas que su hijo le había dejado en la alacena de la cocina para ocasiones como esta. Pero el chico bien pudo haber pensado en la baja estatura de su madre al elegir estante, porque ahora se las estaba viendo negras haciendo equilibrismo sobre la banqueta.
-Aquí estáis –susurró aliviada al encontrar el frasco.
No le hacía mucha gracia tener que sedar a Simon, pero desde que sufrió el accidente el cambio en su carácter había sido abismal. Ahora se pasaba el día de mal humor y desconfiando de todo y de todos. Sólo volvía a ser el Simon de antes cuando organizaba alguna timba, el resto del tiempo se lo pasaba refunfuñando mientras hacía rodar la silla adelante y atrás sin cuidado ninguno por el mobiliario. Miró con tristeza el aparador nuevo del salón, una preciosa pieza hecha con madera de roble y que ahora estaba destrozada por numerosas cortaduras. Suspirando con resignación, metió el bote de pastillas en el bolsillo de su mandil y salió a buscar a su marido.
-Simon, es hora de que entres –le dijo fulminándole con la mirada-. Vas a conseguir que nos echen.
Simon hizo girar la silla y se dirigió a la casa, pero al llegar a la altura de Trud, detuvo su marcha para a mirar a la cara de su mujer con tal determinación e intensidad que su esposa temió que estuviera empezando a perder el juicio.
-Arderé en el infierno antes de permitir que nos estafen.
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MensajeTema: Re: Simtrón Ni Son   Simtrón Ni Son Icon_minitimeLun Feb 18, 2019 11:20 pm

Capítulo 3


-No entiendo por qué me haces esperar aquí fuera, Brendan. Si perdemos más tiempo, el pescado va a perder lustre y no podré impresionar a Cordelia.
Brendan apartó la vista del portal de entrada al edificio y la clavó en su amigo, quien ya había terminado de enganchar en el anzuelo de su caña de pescar el rodaballo que habían comprado en la pescadería del supermercado, y ahora se encontraba allí de pie, impaciente por alardear de su captura ante la vecina.
-No la vas a impresionar de todos modos, Pat. Deja de quejarte.
-Eres un aguafiestas –respondió, Pat, recolocándose las gafas de culo de vaso para escudriñar mejor por el cristal-. Creo que ya se ha ido, cobardica. ¡Abre ya la puerta!
-Esperaremos un poco más. Hay que asegurarse de que ese lunático se ha metido de verdad en su casa.
-Ni hablar. Si no abres tú, lo haré yo. Trae pacá esa llave.
-Aparta tus apestosas manos de mí –siseó Brendan mientras esquivaba los intentos de Pat por quitarle el llavero y los bandazos del rodaballo, que amenazaba con estamparse en su cara-. Si quieres abrir, saca la tuya.
-Si son tan amables de hacerse a un lado, abriré yo.
Pat y Brendan dejaron de forcejear y se apartaron avergonzados dejando libre la puerta.
-Bue… buenos días, señorita Blanche -saludó Brendan.
Pat olvidó que tenía una caña en la mano de la que bailaba un pez y se quedó estupefacto viendo como su amigo, ruborizado como un colegial, se sacudía el traje y se acomodaba la pajarita para, acto seguido, en un alarde de agilidad impropia de alguien que se pasaba el día quejándose de un insoportable dolor de huesos, agacharse y levantar la maleta que traía la nueva inquilina del ático.
-Una dama no debería cargar bultos pesados, permítame que le suba la maleta.
-¿Ya no te duelen las articulaciones? –preguntó Pat con malicia ganándose una mirada fulminante de Brendan.
-Preocúpate de tu trofeo, Pat. Que como lo dejes dos segundos más enganchado en ese seto se lo habrán comido los gatos.
-¡Maldición! ¡Fus, mininos, fus! –Pat se sacó el sombrero y comenzó a agitarlo para espantar a los gatos de Cordelia que habían empezado a agolparse alrededor de su rodaballo-. ¡Atrás he dicho! No he peleado contra esos fondos rocosos, para hacerme con este ejemplar, para que vosotros os lo comáis.
Brendan suspiró con resignación y se adentró en el portal precedido por Blanche. Si Pat quería montarse una historieta heroica de cómo había conseguido capturar aquel pez, allá él. Ya se caería del guindo cuando no obtuviera la reacción elogiosa que esperaba. Cordelia podría estar chiflada, pero no era tonta. De todos modos, pensándolo bien, no debería criticar mucho a Pat, él mismo estaba sufriendo en sus carnes la tontería de querer hacerse el galán. ¿Qué demonios llevaría esta mujer en la maleta? ¡Pesaba un quintal! Miró hacia arriba por el hueco de la escalera abrumado por el esfuerzo que le esperaba. Ahora no podría quedarse en el primero y decirle “a partir de aquí sigue usted”.
-¿Ha ido a recoger el resto de sus pertenencias? –preguntó para romper el silencio.
-¿A qué se refiere?
Brendan señaló la maleta.
-¡Oh! ¡Qué tonta! Claro, la maleta. Pues, eh… esto…
-¡Blanche!
Félix bajó las escaleras de dos en dos y, al llegar junto a ellos, se abalanzó sobre su hermana.
-¡Has vuelto!
-Ya le dije que lo haría –dijo Blas desde el segundo piso-. Se ha preocupado por nada.
- ¿Podemos subir a casa? Tengo que hablar con vosotros. Sin público –murmuró irritada- Ha sido muy amable –dijo dirigiéndose a Brendan-, pero ya se encarga mi hermano de subirme la maleta. Muchas gracias.
Brendan casi cae sentado al suelo al aflojársele las piernas por el alivio. Por fortuna, sus doloridas rodillas aguantaron lo suficiente como para evitar que hiciera semejante ridículo. Apoyándose disimuladamente contra el pasamanos, le cedió la carga a Félix.
-No hay de qué. Para eso estamos los vecinos.
De pronto, saltó un chispazo, sonó un chasquido y las escaleras quedaron a oscuras.
-¡Dios mío, un pólder! –gritó Brendan.
-¿Un qué? –preguntó Otilia asomada al hueco de la escalera.
-¡Un poldergeist! Ya le venía advirtiendo a Epi de que estaban sucediendo cosas extrañas en el edificio. Esto lo confirma.
-Habrán saltado los plomos –dijo Blas.
-Es usted un alarmista y un exagerado, Brendan –le acusó Otilia dirigiéndose a su casa-. Iré a por unas velas. Y se dice Poltergeist. Tome nota para no hacer el ridículo más de la cuenta en un futuro.
Apenas habían transcurrido dos minutos desde el apagón cuando los gritos llegaron desde el piso superior. Todos los que estaban en las escaleras subieron a la carrera, incluido Brendan. Dentro del ático de los hermanos Urrutia los chillidos histéricos de Jean Luc dejaron boquiabiertos a todos. Hasta el momento, el más extravagante de los trillizos había demostrado tener un carácter sumiso y conciliador, sin embargo, fuera lo que fuera lo que hubiera sucedido allí, lo había hecho explotar como un volcán.
-¡Por el amor de dios, Félix! ¡Abre la puerta! –urgió Blanche a su hermano-. ¡Seguro que esa demente le ha hecho algo!
A Félix le temblaba la mano y necesitó tres intentos para abrir la cerradura. Algo muy grave debió pasar para sacar a su hermano de sus casillas. Jean Luc casi nunca se enfadaba: “Los malos humores estropean el cutis”, decía. Pero al entrar en el salón y ver el espectáculo dantesco que allí se ofrecía, la preocupación dio paso a la risa y le valió un pescozón por parte de Blanche.
-No tiene gracia, Félix. ¿Cómo vamos a quitar el olor a gato chamuscado de la casa?
-Esto también se lo advertí a Epi –gruñó Brendan-. Tanto gato algún día provocaría una desgracia.
Ajenos a la llegada de público, Jean Luc, tenacillas en mano, las esgrimía frente a una furibunda Cordelia, quien todavía con la cabeza metida en el secador lloraba y amenazaba al peluquero por la muerte de uno de sus mininos.
-¡Le juro que voy a emprender acciones jurídicas contra usted! –gritaba Cordelia.
-¡Su gato me ha estropeado el secador! Seré yo quien la demande por daños en la propiedad privada. ¿Sabe cuánto vale ese aparato? –dijo pasándose una mano por el pelo sin importarle si se deshacía el peinado que le había llevado horas perfeccionar.
-Bastante menos que mi musimusi –bramó ella.
-Me va a perdonar, pero usted cría camadas de musismusis cada cuatro meses sin importar si a los demás les molesta–bufó Jean Luc-. Reemplazará a ese gato en un abrir y cerrar de ojos, pero mi Cierotti personalizado es insustituible. Fue un regalo de Marujita Díaz. Siempre le hacían chiribitas los ojos al salir de mi salón perfecta como una reina –gimió acariciando el casco del secador -. Ofrecerme a peinar ese nido de ratas que tiene por pelo fue una de las decisiones más aciagas de mi vida.
-¡Pues culpe por eso a su hermana! –replicó Cordelia ofendida mientras se quitaba los rulos.
-¿A mí?
Ambos se giraron hacia la voz de Blanche sorprendidos de no haberse dado cuenta de la llegada de los vecinos.
-Sí, a ti. Tú empezaste todo esto al tirarme el cubo de agua esta mañana.
-No será porque no la acucié lo bastante para que apagara la radio o, por lo menos, cambiara de emisora. Eso que escucha haría llorar a una arpía.
-Pues no la veo secándose las lágrimas, la verdad.
-¡Esto es el colmo! ¿Va a insultarme en mi propia casa?
Blanche avanzó con las manos en garras dispuesta a sacar de los pelos a aquella mujer, pero tras dar unos pasos algo tiró de su vestido deteniendo su ataque.
-¿Me he perdido algo? –Pat, sin resuello, apoyaba la mano que tenía libre contra el marco de la puerta. En la otra blandía la caña de pescar sin percatarse de que el anzuelo se había enganchado en la ropa de Blanche
-¿Se puede saber para qué ha traído su caña hasta aquí?
-¡Oh! Perdón –sonrió avergonzado al disculparse-. No me di cuenta. Subí al escuchar los gritos y no me acordé de dejarla.
Recolocándose las gafas, que le habían resbalado por la nariz al subir apresurado, echó un vistazo a la estancia. Puso cara de asco en cuanto divisó al gato electrocutado tirado en el suelo, pero su semblante se transformó de inmediato al ver a Cordelia en medio del salón.
-¡Cordelia! A usted la estaba buscando. ¿Sabe? He salido a pescar esta mañana para tráele un presente para sus gatitos y no se lo va a creer, pero justo a la entrada del portal me ha atacado un albatros para robarme el espléndido rodaballo que había pescado. ¿No habéis escuchado sus chillidos? Ha sido espantoso.
-Se lo han comido los gatos, ¿verdad? –le susurró Brendan al oído.
-Hasta la última espina.
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MensajeTema: Re: Simtrón Ni Son   Simtrón Ni Son Icon_minitimeMar Feb 19, 2019 12:06 am

Capítulo 4


-¿Qué les parece si dejamos esta disputa en tablas? –preguntó Blas- El secador contra el gato. Fifty-fifty. Los dos habéis perdido algo que apreciabais.
-¡Ni lo sueñe! –protestaron Cordelia y Jean Luc.
-¿Supongo que tendrá seguro, verdad? –volvió a cargar la mujer contra su vecino.
Jean Luc parpadeó desconcertado y luego se volvió hacia su hermano interrogándole con la mirada. El movimiento negativo de la cabeza de Félix le hizo tragar saliva. Llevándose las manos a la espalda, comenzó a deambular de un lado a otro del salón, contemplando abstraído el dibujo arabesco de la alfombra. Los demás seguían sus movimientos sin decir ni pío, esperando no sabían bien qué. Hasta que Jean Luc, con un giro inesperado, se plantó frente a Cordelia, ladeó la cabeza sonriendo y señaló el cadáver del gato con la mano.
-Me alegro de que saque el tema. Por supuesto que tengo seguro, pero necesitaría la cartilla de identificación de su musimusi.
-¿Cartilla de… identificación?
-Claro. Supongo que tendrá las cartillas de todos sus gatos, ¿no? Ya sabe: datos identificativos del animal, de su dueño, calendario de vacunaciones... –hizo una pausa al ver como su vecina boqueaba intentando encontrar alguna respuesta a su requerimiento.
-¡Buen punto! –exclamó en voz baja, Brendan, posicionándose claramente a favor de su vecino.
-¿Qué pasa, Cordelia, te ha comido la lengua el gato?
Otilia se llevó la mano a la boca fingiendo un carraspeo para disimular la carcajada. De ser necesario se pondría de parte de su amiga, pero no podía negar que el comentario de Blanche le había resultado gracioso.
Cordelia, por su parte, estaba atónita. ¿Cartillas de identificación para sus gatos? ¿Es que se habían vuelto locos? Necesitaría cuatro mensualidades de su pensión para sufragar semejante gasto. Por fortuna, el sonido de unas sirenas la salvó de inventarse un sinfín de justificaciones.
-¿Quién ha llamado a la policía? –preguntó Felix asomándose a la ventana - ¡Oh! Viene también una ambulancia.
Los presentes se miraron unos a otros negando con la cabeza y encogiéndose de hombros.
-Nosotros no hemos sido –dijo Pat.
-Quizás haya sido Trud –sugirió Otilia-. Es posible que Simon se haya puesto más rebelde de la cuenta y no le haya quedado más remedio que llamar a las autoridades.
-Será mejor que bajemos. Otilia, présteme esa vela.
Blas se dirigió a las escaleras seguido de todos los demás. Al llegar al portal se encontraron a Trud que salía de su casa limpiándose las manos con un trapo. Cordelia no le quitaba ojo, hacía tiempo que barruntaba que su vecina tenía alguna relación con la desaparición de varios de sus animales, pero todavía no tenía la certeza, aunque ese trapo que acababa de guardarse en el bolsillo estaba sospechosamente manchado de rojo. Más tarde haría recuento y pobre de Gertrudis como le faltara alguno.
-Trud, ¿los has llamado tú? –preguntó Otilia.
-No. Estaba terminando de acostar a Simon cuando escuché los gritos. Creo que es la nieta de Sofía. Francamente, no comprendo cómo se ha puesto a berrear en la calle en lugar de usar el telefonillo. Luego los carcas somos los demás.
-¡Ya vamos! ¡Ya vamos! –gritó Blas- No es necesario que tiren la puerta abajo.
Apenas le dio tiempo a quitar la mano del picaporte, tras desbloquear la cerradura, y apartarse lo justo para que la puerta no se lo llevara por delante.
-¡En el segundo piso! ¡Vamos, dense prisa! ¡Y no se molesten en llamar! ¡Derriben la puerta!
-¿Cómo que derriben la puerta?- Otilia salió corriendo detrás de los agentes, se paró en el primer descansillo a tomar aire y asomando la cabeza por el hueco de la escalera les advirtió-¡Ni se les ocurra tocar mi puerta, me oyen! ¡El segundo B no se tira!
En el hall del portal, Susana, la nieta de la inquilina del segundo A, seguía dando órdenes a los sanitarios, mientras se frotaba las manos presa de los nervios.
-Susana, hija. ¿Qué ha pasado?
Blas la tomó por los hombros y la acercó a uno de los sofás que tenían en el vestíbulo para que se sentara.
-Mi… mi… mi abuela. No responde. Seguro que se ha muerto –Se sacó las gafas para secarse las lágrimas con el dorso de la mano. Trud le ofreció un cleenex y ella lo cogió para sonarse los mocos con fuerza- Llevo diez minutos tocando al timbre.
-Oh, oh. A que ha sido por el apagón –murmuró Félix.
-¿Apagón? ¿Qué apagón? –preguntó Susana poniéndose en pie de un salto.
-¡Fuera de mi casa! ¡Laaar-go!
-¿Abuela? ¡Abuela!
Susana subía las escaleras de tres en tres poniendo la mano sobre el pasamanos para ayudarse en el impulso.
-Pobrecilla –dijo Blas con un suspiro-.Va a llegar arriba con la lengua de fuera. Menos mal que están los médicos esperando, seguro que tienen alguna máscara con oxígeno que le ayude a recuperar el aliento.
-Esto quiere decir que otra vez para arriba, ¿no? Menudo ajetreo.
-Si no quieres ir no vayas, Brendan –dijo Pat.
-Es que no pienso ir, yo me quedo en el primero, en casa. Mis huesos ya no resisten más tanto subir y bajar.
Esta vez, la procesión de ancianos subió las escaleras con menos vitalidad, pero todos llevaban la cabeza asomada al hueco para ver qué estaba pasando en la segunda planta. Allí, Susana estaba siendo atendida por el médico y la enfermera adjunta mientras su abuela discutía con los agentes de policía.
-Pues alguien tendrá que hacerse cargo de los gastos, señora. A nosotros nos han llamado y movilizar una patrulla y una ambulancia por nada, no sale gratis.
-Entonces reclámenle a ella –protestó Sofía señalando a su nieta-. Así aprenderá a pensar antes de actuar. Y apunten también el coste de mi puerta.
-Pero abuela… –se quejó Susana tras bajarse la máscara del oxígeno.
-Ni abuela ni nada. Además, ¿quién está recibiendo la asistencia sanitaria? Tú, ¿verdad? Pues tú pagas. ¿Me ve cara de moribunda? –le preguntó al médico, quien negó con la cabeza mientras guardaba el tensiómetro en su maletín-. Eso, recoja sus cachivaches. Los únicos milibares que me interesa conocer son los de la presión atmosférica. En cuanto se alejen las borrascas, voy a reservar plaza para hacer rafting en el Ara, es mi siguiente tarea en la lista de cosas que hacer antes de estirar la pata.
-¿Y no sería mejor un paseo por los canales de Venecia? –sugirió Brendan, al que al final le pudo más la curiosidad que el cansancio-. Las góndolas venecianas son más tranquilas que las balsas neumáticas rápidos abajo.
Sofía miró a Brendan por encima de la montura de sus gafas y parpadeó varias veces antes de responder.
-El señor es mi pastor, nada me falta… En verdes praderas me hace recostar y me conduce hacia aguas tranquilas… -volvió a colocarse las gafas en su sitio y chasqueó la lengua-. Ya me hartaré de tranquilidad cuando me muera, gracias.
-Pero abuela, el Ara es un río nivopluvial, el agua estará congelada. Toda la nieve de la cumbre del Viñamala acaba en él cuando se derrite.
-¡Ay, niña! Siempre te gustó enterrar la cara en los libros desde que aprendiste el abecedario, pero la vida se vive, no se lee. Y tus hermanas lo mismo, así estáis de repolludas.
-¡Abuela, por favor! –exclamó Susana poniéndose roja como un tomate.
-¿Por qué no vienes conmigo? Mira, tengo todos mis artículos de montañismo justo ahí, igual hay algo que te sirva.
Susana siguió con la vista el dedo de su abuela, que señalaba hacia unos bultos amontonados contra la pared del vestíbulo de su casa. Suspiró con resignación al ver su reflejo en el espejo romboide que colgaba un poco más arriba de aquel amasijo de lonas y cuerdas. Su abuela tenía razón, ella era más ratón de biblioteca que de campo.
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